- Nooooo, sólo jugaba -le guiño un ojo, pero no cuela, y pierdo el control de la situación. No hay nada que me descoloque más que perder el control de la situación. Y veo en sus ojos, adivinados tras las gafas, que lo he perdido. - Yo también puedo jugar - me asusto - y si yo quiero jugar tú no tienes más narices que seguirme el juego ¿Es eso lo que quieres? - ¿Qué pasa que ahora vas a ejercer tu autoridad? - no me callo ni bajo el agua, que mira que estoy guapa callada, pero no, tengo que envalentonarme, no puedo dejar que me ganen no, tengo que hacerme la valiente cuando estoy acojonada, porque estoy acojonada, este no es el IM PRE SIO NAN TE que yo conozco, vale que el aplomo sí, la tranquilidad o seguridad que siempre exhala, pero no esto, no, esto no es lo habitual en él, que soy yo la que domina la situación siempre con él ... o eso creo. -Ven -dice abriéndome la puerta del coche, dulce pero firme. - Pero ... -se olvidan de mí la autosuficiencia y la chulería - pero ... - Que vengas Glauka -su mano tendida recoge la mía y salgo del coche, o me saca, no sé. Me gira.- ¿Es esto lo que quieres? -se supone que me está cacheando, y yo muriéndome de vergüenza a la vez que de gusto, sintiendo sus manos deslizarse sobre mis costados, bajar por mis piernas, subir ¡Dios! subir entre mis piernas, deteniéndose, menos mal, para abrazar mi cintura y sumergir sus manos bajo mi blusa para acariciarme el vientre, como parte del cacheo. Que son las dos de la tarde en una carretera de Castilla, que vendrá cualquier coche, que verán que esto no es un cacheo a la habitual usanza, que me estoy muriendo de gusto, que quiero que olvide sus manos en mis pechos en cada pasada sobre ellos que insinúaperonadamás, que huele a feromonas el ambiente a lo bestia, que no quiero pensar en qué está pasando aquí.
No puedo articular palabra, mejor me callo, dicen que el silencio otorga, “por favor, que lo entienda así” Dejo caer mi espalda sobre su pecho, levemente, cerrando los ojos mientras me repito en silencio “por favor, que lo entienda así”. Están quietas sus manos sobre mi vientre. Su calor se confunde con el mío a esa altura, y el que deseo en su pecho, me quema la nuca y los hombros. Susurra besos que no llegan a acariciarme el cuello pero que lo doblan en medio de un escalofrío. Sus manos aprietan mi vientre hacia él y mis lumbares comprenden que no soy la única que está a mil: lo ha entendido así.
Sus piernas llevan las mías abrazadas junto a los árboles. Con cada paso se derrite más mi cuerpo, se erizan más mis vellos, se aprietan más mis carnes al uniforme que viste a quien me guía con firmeza. Me empuja y yo me dejo empujar enterrada entre aquellos brazos y aquellas piernas que me aplastan contra el muro que este IM PRE SIO NAN TE tiene por cuerpo. Ya bajo un pino, aquellas manos aprovechan la quietud de las piernas para bordear mis costados hacia arriba, acariciando mis pechos amenazantes de desbordamiento ya, guardándolos dentro de las palmas que los ciñen sin oprimir lo deseable por ellos, tropezando tan sólo con unos prietos pezones que pretenden agujerear el encaje que los cubre, antes de atreverse a entrar bajo ese bordado que adorna mis pechos, tímidamente.
Me culebrea la espalda al sentir las yemas de sus dedos entrar bajo el encaje y aproximarse a mis pezones, ese roce bajo el elástico que ajusta el encaje y el bordado a mi pecho obliga a mi espalda a arquearse, disfrutando de no ser la única revolucionada, porque ahí donde mi espalda se ha arqueado, ahí donde grita que quiere más calor de su cuerpo, está lo que mis humedades sueñan ya con empujar dentro, muy adentro.
Iza mis brazos lamiéndome el cuello, y yo, me muero. Sin más. Cierro los ojos porque no puedo hacer otra cosa mientras me estoy muriendo de gusto, de ganas, de vergüenza, de deseo, y hasta de miedo, porque ha dejado mis manos unidas a una rama con sus esposas, y ni siquiera he sentido el frío metálico rozarme. Me abochorno de ese respirar agitado mío que presiento porque se eleva mi desabrochada blusa, la misma bajo la que mis pechos luchan por salir, que yo los veo cuando bajo la vista para oscurecer la imagen de mis manos sobre mi cabeza unidas a la rama por unas plateadas esposas, que su luz agudiza mi ansia de más y no puede ser. Y cierro lo ojos, vaya que si los cierro, sigue siendo porque me muero de ganas, de vergüenza, de deseo, y hasta de miedo, pero esta vez me muero más de deseo que de miedo.
Pasan sus grandes manos sobre mis pezones respigándome la piel entera y fundiendo mis ganas que inundan mi entrepierna, y yo, lo siento. Creo que él lo sabe también, porque derrocha esa serenidad, que emana siempre, con sus manos en mis pechos, con sus labios en mi cuello, acariciando y respirando, lento. Una mano que desciende por mi vientre termina por colarse bajo mi falda y es la vergüenza entonces la culpable de que me siga muriendo, porque sabrá que estoy encharcada, que aquello no es humedad, no, que olerle junto a mí y cuatro caricias han bastado para dejarme morir licuada por la excitación.
Pero se ofusca hasta la vergüenza cuando me arranca un gemido con sus dedos que no deseaba regalarle, no me importa que resbalen una y otra vez contra mi piel ardiendo, que se hunda entre mis aguas pidiéndome más, más señales de que era eso lo que yo quería.
- ¿Era esto lo que querías? – y ya he dicho que me muero, pues eso, que sigo en ello mientras susurra en mi oído antes de engullir el lóbulo izquierdo. Ni contesto, sólo me agito y me estremezco entre sus brazos, sintiendo su cuerpo tras el mío, regalándole las súplicas que desea oír con cada suspiro. Arrastra sus manos por mi cuerpo y con ellas, mi deseo hasta el centro.
Acaricia mis caderas bajo la falda, le estorban mis bragas el escaso tiempo que tarda en dejar mis nalgas al descubierto, perdiendo sólo de vez en cuando algún dedo entre ellas, y yo abro las piernas, busco esas manos para hacerlas prisioneras entre ellas y cuando creo que ya son mías se escabullen sin que yo pueda hacer nada por evitarlo. Mis manos siguen ahí, en alto, restregándose inútilmente contra el acero y la rama, luchando por tocar su cuerpo, por aferrarle contra mí. Y me desespero.
Es el aire cálido de su aliento el que se ofrece, tímido, como prisionero para mis piernas, frente a mí. Se asienta entre ellas repasando el terreno en el que continuar prendiendo fuegos, sólo su aire, y de vez en cuando, un beso. Y mientras su aire me quema, alza bruscamente mis piernas sentándome sobre sus hombros, acercando ya mucho más que el aliento. Repasa todos los límites y pliegues de mi sexo con una febril lengua, a veces dura, a veces grande, a veces suave, a veces hambrienta. Chapotea entre mis jugos y sus salivas mezcladas ya entre mis piernas de forma definitiva, escurriéndose arriba y abajo, hundiéndose por sorpresa hacia adentro de tal forma, que es imposible no seguir regalándole jadeos y algún que otro grito, porque ya lo he dicho antes: me estoy muriendo.
Cuando comienza a beberse despiadadamente toda la mar que ha surgido entre mis piernas y a comerse las brasas que se reproducen de forma constante inflamando toda mi piel, sus brazos escalan vientre arriba anunciando que aprisionarán sus manos, a tientas, mis pechos, y retiemblo justo antes de que comience a palpar, suave y firme al mismo tiempo, buscando los pezones erectos que están deseando ser aprisionados entre sus dedos. Y se cierra el cielo entonces, aunque sean las dos de la tarde, porque no puedo evitar que el sentido decida huir de los lametones que empujan fuerte queriendo más fuego y los tactos son duros en aquellos dedos que abrazan mis pezones, resbalando sólo sobre ellos cuando lo que quiero es que los despedacen, cuando mis manos quisieran soltarse y contarle cómo es que necesito que los derroten, los haga desaparecer mientras yo me muero. Aprieto su cuello entre mis piernas, fuertemente aprieto, mientras sus carnosos labios se queman contra las carnes encendidas de mis labios una y otra vez, chapotea hirviendo su lengua también al ahogarse entre mis piernas, mientras me balanceo sobre sus hombros al ritmo creciente que impone su cabeza y que acelera la desaparición del oxígeno en este pinar.
No veo ni quiero ver, no siento ni quiero sentir, sólo sé que muero, ya no de vergüenza o miedo, no, ahora solo de ganas y de deseo. Y me dejo morir, me dejo carbonizar por aquel fuego que me arrasa en oleadas y sacudidas que le regalo sin importarme ya que lo sepa, porque creo que sí, que esto es lo que quiero.
©Glauka-2006 Jugando con fuego
Etiquetas: A CAMBIO DE LA INMORTALIDAD SIRENAICA