16.11.10

Lo que no te digo, abuela

Una de las cosas que me hace sentir oronda de felicidad es verte con mi hijo, abuela. No hay con qué pagar el derroche de alegría, desde que murió el abuelo, sólo te veo desplegar cuando estás con el nene. Sonríes y ríes como hace tanto tiempo que no te veía hacer que no hay moneda de cambio para eso.

El sábado ha sido un día especial ¿verdad? Que el niño te reclamara sin cesar, que no quisiera salir del portal hasta verte a su lado, que quisiera ir todo el tiempo con su manita dentro de la tuya, que se dedicara en cuerpo y alma a hacerte reir como estuvo haciendo todo el santo día, que te pintara de brillos destelleantes la mirada con cada una de sus muecas, que llorara desconsolado porque se tenía que ir, hicieron que el sábado fuera un día especial para ti, que durmieras por fin con una sonrisa en los labios.

"¿Porqué me quiere?" preguntas cuando hasta tú, incrédula donde las haya, aceptas como cierto el amor que el niño te profesa. No sabes que cuando nos acercamos a tu calle empieza a llamarte ni que cuando ve a una mujer de cierta edad también dice tu nombre (esto no te lo puedo contar, que tu coquetería no te permite identificarte con las demás mujeres mayores), que les enseña tu foto a sus compañeros de escuela. Que se acerca a todos los ancianos que encuentra sin miedo, con cariño, pese a ser lo contrario a lo normal en los críos de su edad actualmente, porque asocia las arrugas a la bondad que tú le dedicas.

Porque el sábado se confirmaron nuestras sospechas. Sabíamos sin querer saber que tu cabeza empieza a funcionar por libre, sin seguir los dictados de la sociedad en la que tú vives, sin ajustarse a los tiempos, medidas y condiciones del mundo en el que te desenvuelves. El sábado se me rompió el alma ante la certeza de esa libertad de tu mente que te hace prisionera a ti.

Yo me enfado -ya sabes que siempre me enfado en estas situaciones, es la vía fácil para no llorar- porque no es justo y no me da la realísima gana de tener que explicarte una y mil veces la receta de la carne guisada, cuando eres la reina de la cocina. No digamos ya cuando me cuentas por millonésima vez en lo que va de año ese dolor "nuevo" que te ha cogido el pecho esta noche pasada. Y ya cuando te extrañas ante nuestras negativas de que te hagas cargo del peque tú sola, tú, que como bien dices, has críado a tres hijos, nueve nietos y no sé ni cuántos hijos ajenos, ahí se me parte el corazón, porque tú, desde esa prisión en que te retiene tu cabeza sin tú saberlo siquiera, no entiendes lo que yo desearía no tener que entender.

Tienes razón en una cosa: nadie te ha visto envejecer. Nadie de tu familia ha querido ver que tú también te hacías mayor, al mismo ritmo que el abuelo. Ninguno tuvimos consideración con tus años porque tú no les dejabas hacer en ti y ninguno creímos que pese a no aparentarlo, pese a seguir en plena forma física y mental, pese a asumir todos los cambios que las nuevas maneras de vivir traían para las vidas de tus familiares, el tiempo iba corroyendo en silencio tus engranajes, aunque nadie lo viera actuar. Creo que nos ha pillado de golpe, que de pronto nos hemos dado cuenta de los años que tienes y de las consecuencias que eso puede tener, como está teniendo, en tu cabeza, pese a que tu cuerpo no se haya dejado vapulear mucho por el tiempo, pese a que hasta anteayer mismo nada hiciera presagiar esa senectud que ahora nos ha arreado a todos un bocado que nos ha dejado sin lengua, mudos de estupor al imaginarte durmiendo vestida en el sofá, por "si vienen", no sabemos quien, poder escapar.

Y sigue el tiempo siendo tu enemigo incluso cuando juega en vida ajena porque nos impide estar contigo a los que te queremos. Temes ahora la soledad como un niño pequeño, irracionalmente, la ves incluso en la ducha o en el atardecer, y no resulta nada fácil que transcurran nuestros tiempos, en estos tiempos que corren, a tu vera. Si pudieras estar todos los días un rato con mi hijo tendría la certeza de que todos los días que te queden, sonreirás, disfrutarás de un rato de gozo, de felicidad. Y no poder hacerlo, cuando el tiempo me permite pensarte, me abofetea sarcásticamente.
Glauka

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