Consuelo

En postura fetal se abandona al dolor que la oscuridad insomne, le infringe sin compasión noche tras noche. Su nariz rozando el codo izquierdo, sus ojos casi pegados al brazo, y las lágrimas, que esperaban este momento ansiosa pero pacientemente durante todo el día.
Sin hacer el más mínimo ruido, una noche más, va derritiéndose con una calma asfixiante y ya temida la fortaleza tras la cual se atrinchera cuando sonríe al sol. Acelera el ritmo de la respiración, pero nada más altera la implosión que, noche tras noche, espera que acuda a su cama para hacer girones con su fuerza, entereza o lo que quiera que sea que se viste cada mañana antes incluso de ponerse las medias, bien pegado a la piel.
Un gemido corta el aire. Su propio sonido le resulta ajeno hasta el punto de cortarse su llanto silente ante la falta de autoreconocimiento en aquel sonido que cortó el aire.
Le pasa la mano por el pelo. Sí, alguien le pasa la mano por el pelo rompiéndola en mil sollozos agitados, en dos mil gimoteos sonoros que desconoce de sí misma, en quinientos roncos espasmos húmedamente dolorosos que tenía totalmente olvidados. Temiendo perder el juicio se devana inútilmente en controlar los hipidos y arañazos a la negra noche que se le desbordan sin freno por los ojos, los labios, la nariz y el olor de los pensamientos que gritan esta noche.

Es su propia mano la que se apiadó de sus cabellos, la que acarició su cabeza con tanta otredad que consiguió engañarla hasta ahora, que, dándose cuenta del engaño, solloza desconsoladamente.

Porque no hay consuelo.

Mientras escucha cómo esos llantos, hipados lloriqueos y sollozos extraños inundan la habitación dando vida a la cruel oscuridad, no recuerda, aunque lo intenta con toda la ansiedad que requiere no perder de vista la cordura, la última vez que recibió consuelo.

Consuelo © Glauka 2007

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