Jugadores frustrados

Le gustaba jugar, pero no era jugador.

Le gustaba jugar cuando sabía que sacaría los ases escondidos en las mangas de su camisa, cuando había logrado echarle una ojeada a las cartas de su contrincante, cuando repartía las cartas él a su favor y cuando tenía la certeza de que los otros jugadores eran inferiores a él.
Era bueno jugando, sus escaleras y pókers le habían dado cierto prestigio y reverencias de los que miraban embelesados cómo jugaba. Pero no jugaba, no, porque siempre lo hacía en terreno seguro.
No le gustaba el riesgo, ni la incertidumbre, ni mucho menos, que le ganaran la partida por la mano sin darle un chance en la revancha permitiéndole jugar con su propia baraja, esa que tenía las cartas marcadas.
Por eso cuando se encontró con aquel tahur que no perdía la compostura si perdía, al que el placer del juego invadía simplemente jugando, se enfadó hasta la rabieta cuando le ganó no una ni dos, sino tres veces de seguido. Lo que más le enfurecía era saber que al otro jugador poco le importaba ganar porque lo que el quería era simplemente jugar. Saber que ni siquiera se despeinaba temiendo ser vencido era lo que más nervioso le ponía, ya que él no concebía la posibilidad de que le emnmendaran la plana en un territorio lleno de sus propias señales indicativas del camino a seguir para salir victorioso.

Envidiaba la capacidad de disfrute del juego en sí mismo.
Abandonó aquella mesa, el local y hasta el barrio.
Se fue a donde pudiera seguir ganando.
El de jugador era su mejor disfraz.

Jugadores frustrados @ Glauka 2007