Como vaca sin cencerro

Totalmente desubicada. Sigo sin encontrar mi sitio. Me divierto en fiestas sociales de diversa índole, sonrío, sociabilizo, bailo y hago todo lo que hace falta hacer para integrarse, pero no hay manera. Lo sé, lo noto. Y ellos también, estoy segura.
El tiempo sigue pasando y pasando y yo no encuentro mi lugar. Tal vez no lo tenga y mi sino sea pasar los días buscándolo, a saber. No me gusta nada, dicho sea de paso, asique crucemos los dedos porque no sea ése mi futuro por siempre jamás, que lo de andar cual vaca sin cencerro no me gusta nada, que me tiene sintiéndome fuera de lugar allá donde vaya desde más tiempo del recomendable, y empieza a oler.
Alguien dijo hoy que es cosa de los taitantos eso de protegerse cuando aún se llevan heridas o cicatrices, de ahí que no pasemos de relaciones superficiales múltiples y variadas ampliándose nuestra facilidad para quedar, salir, y demás con muchas personas, pero sin rascar mucho en nuestra coraza, la propia y la ajena. No sé.
Sí sé que me reí en el cumpleaños del dueño del bar al que suelo ir, que hace tres años no me hubiera invitado, ni, en caso de hacerlo, yo hubiera ido. No es un amigo, ni sabía, apuesto la cabeza y no la pierdo, cómo me llamaba yo, antes de invitarme. Y yo, sólo sabía cómo se llamaba y que tenía un bar, ahora ya sé también cuántos años tiene (32, ejem). Cincuenta personas disfrutando sin casi conocerse entre ellas es cuando menos extraño, y no digo que no lo haya hecho –disfrutar-, digo que en ningún momento dejé de sentirme fuera de lugar.

Las conversaciones escuchadas iban a ser las protagonistas del post en un principio, pero me niego a darles un protagonismo que no se merecen a las palabras que se colaron por mis oídos allí. No iban conmigo, pero me rompe, me destroza, me deja fuera de combate, escuchar a amigas criticarse entre sí tan leoninamente minutos antes de besarse y abrazarse casi tanto como los saludos sonrientes abandonados en al aire en dirección a alguien que no sabe quien eres. EL sarcasmo cínico colándose por mis oídos y hasta por mis fosas nasales me inmoviliza, me ahoga y me siento cuando menos, fuera de lugar, ya lo he dicho, pero es lo que se me viene a la cabeza una y otra vez. Odio decir esto, pero he temido a las mujeres allí presentes, su actitud me resultó tan lacerante con el mundo en general que preferí refugiarme en las charlas de aquellos machotes dispuestos a colarse entre tus sábanas, pero nada más ... resultaban menos agresivos, que ya es decir.

Agradecí la vuelta a casa sola en mi coche para deshacer el nudo en el estómago con unas lágrimas que vinieron estupendamente, no podía aguantar mucho tiempo más sintiéndome lejos hasta de mí. No puedo cambiar el mundo y lo sé, pero entonces, por favor, que el mundo me cambie a mí, es durísimo vivir en él sintiéndose tan extraña a todo y a todos.
¿Y si hago un anuncio en el periódico “Se buscan Descencerraos”?

Glauka