Recuento en Domingo de Resaca

He reído, he bebido, he bailado y hasta me he quedado ronca de destrozar todas esas canciones vanales que gracias a la nocturnidad alcohólica y el sentido grupal, adquieren significados brillantes y relucientes durante unas horas.

He puesto en su sitio a un par de infelices a los que les crecen las manos cuando les relaja la corbata esa misma nocturnidad fiestera.
He visto recoger un chicle de menta con los labios a una sonriente chica de los labios de uno de esos listos manilargos, diez minutos después de que hubiera intentado pasarme a mí esa menta que hasta se escapaba por sus ojos verdes.

He visto invadido mi espacio vital sin importarme demasiado cuando nos amontonábamos en el que parecía ser el único pub del mundo, abierto.
He pagado el peaje obligatorio si querías ir al baño: fichaje que los chicos apostados en las cercanías hacían de tu delantera primero, desde muy cerca, y tu culo, después, respirándote en la nuca.
He aguantado la mirada y cutreconversación de aquel donostiarra de visita en casa de su novia en esta ciudad, mientras aprovechaba el tiempo que había ganado al conseguir que el sueño secuestrara a su novia llevándosela a la cama, mirándome las tetas de la que se tomaba una copa.
He calmado la mala ostia de mi amiga amenazando con partirle los morros a ese otro listo muertodehambre que se conforma con rozar la entrepierna de las féminas al pasar a su lado.
He visto la carne insolente al frío y al mar de agua que trajo la noche, mostrarse impúdica en busca de las miradas que sin duda, conseguían. He visto más escotes, canalillos, sujetadores negros, blancos y wonderbras, y hasta pechos diría yo, de los que nunca había visto fuera del vestuario del gimnasio.
He visto insatisfacción sexual desbordándose por los ojos masculinos hasta desnudar de la poca ropa que llevaban las féminas y como éstas, la traducían como amor, inexplicablemente.
He visto quebrarse la mirada brillante de una de aquellas que satisfizo al insatisfecho del sábado anterior al ver aquello que ella había traducido como amor en sus ojos, pero mirando por encima de su cabeza a otra fémina.
He cerrado el bar con mi ron cocacola en una mano y la otra marcando territorio entre risas y alegres despedidas.
He aguantado a duras penas las lágrimas en el taxi de vuelta a casa, soltándome en el portal, y emborronando grotescamente el rimel de mis ojos en el espejo del ascensor.
Pero he conseguido irme a dormir reconfortada y sin el frío desangelado que la noche me había instalado en el alma gracias a unas letras, a unas fotos que me recordaban mi mar, a unos vídeos que me contaban que no todo lo que me quedaba, por mucho que me pareciera hasta un segundo antes, era lo que había encontrado esa noche en la que tan bien me lo había pasado.

La resaca matinal que me sacó de la cama demasiado pronto para lo que mi organismo necesita, se cargó de un plumazo ese calorcito emanado por fotos, vídeos y letras y me sacudió de lo lindo para que me deje de tonterías y lo asuma de una buena vez: esto es lo que hay.

Pero no lo voy a hacer, no lo puedo hacer, porque si lo hago, estaré muerta.

Recuento en Domingo de Resaca © Glauka 2007