DE TORMENTAS

Anteayer vino a verme a mí la tormenta ¿sabes? Sí, esa que te tuvo sin dormir esta noche a tí, era la misma.

Verás, cayeron truenos y relámpagos muy cerquita, dicen que en el pararrayos que está a menos de cien metros de mi casa (esto no sé muy bien como puede ser, pero eso dijo la prensa) ... la verdad es que sonó como un derrumbe brutal en mi propio edificio, la luz era anaranjada, tiraba a dorada en ocasiones, todo el salón se iluminaba con los relámpagos, asique decidí subir la persiana de lamas plateadas que me escondía de aquellas luces que encendían el plomo que cubría toda la ciudad ... se dibujaban por un segundo, a veces por dos, líneas con formas extravagantes en el cielo, resquebrajaban las nubes negras que pretendían privar a la ciudad de la hermosa luz de la luna ... abrí la ventana y el olor era cálido, húmedo, olía a lluvía caliente.
Ahí quieta, mirando el cielo, y el río que se había adueñado de la calle, (tenías que haber visto, los coches a pasito tortuga, con agua a media rueda, la calle es un poco cuesta, sólo ligeramente cuesta, y el agua bajaba revoloteando, bailoteando, montándose una ola sobre el intento de nacimiento de la siguiente) seguía la luz naranja bañándolo todo, me dí cuenta porque mis manos, esas que estaban por fuera de la ventana, mojándose, empapadas de agua hasta más arriba del codo, brillaban con ese color casi dorado ... estaban bien bonitas, brillaba más quizás por que aún conservo el tostado que el sol tuvo a bien regalarme este verano, y claro, moreno y dorado todo junto, con la lluvia abrazándolas, y con un halo naraja impregnando el aire ... estaban hermosas.

Y entonces te besé. O mejor dicho, quise besarte. Lo intenté, colgué de aquella luz un beso dulcemente entregado. Con ganas, con lluvia, con relámpagos al fondo, con risas en la luz dorada, con agua y música entendible sólo por tí en aquellos truenos, con destino fijo. Un ronco grito del cielo me abrió los ojos, que menudo susto me dió aquel atronador trueno, y me estaban mirando, mis manos bailaban entre la lluvia y quizás por eso me miraban a mí. Había otras gentes mirando el espectáculo, mirando lo mismo que miraba yo. Unos contagiados por la fuerza que vestía al aire, otros con recelo de esa misma fuerza, no sé. Pero ellos no colgaban besos en la tormenta.

Por eso la tormenta fue a verte ayer, tenía un encargo que cumplir.

©Glauka 2006 De tormentas