26.4.08

JUST HOLD ME

Sólo cuando careces de ello lo valoras en su justa medida.
Sólo quien siente la necesidad permanentemente insatisfecha sabe de qué hablo.
Ese vacío respira, tiene vida propia.
Duele lo que no existe.
.
En silencio echarás de menos algo que no existe para no perturbar la existencia de quienes careciendo de ese vacío, no saben de la posibilidad de su existencia tan siquiera.
Tú te quedas ahí, con tu vacío entero para ti, sonriendo.
Calladito para no molestar a quienes no saben ni quieren saber que cabe la posibilidad de no tener lo que ellos dan por hecho.
.
No levantes la voz
No hagas saber
Calla
Sonríe
No compartas información
Traga
No perturbes su vivir
No insufles vida a fantasmas
Sigue sonriendo
Amordaza los aullidos de tu vida
para no alterar el vivir ajeno
No dejes de sonreir
.
Si ese vacío no existe, tú tampoco existes.
Glauka

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21.4.08

8,34 HTZ* (final)

- Mírate Paula, estás preciosa. Sube tus manos a tus pechos, así, acarícialos por encima del sujetador, recógelos en ambas manos... hazlo, no seas tonta, hazlo mientras sólo tú te ves. Yo sólo te escucho.

Sam sabe que Paula lo hace porque ella calla, y cuando calla es porque no se atreve a contar lo que hace porque lo que siente la aturde. Así que interrumpe su ensimismamiento:

- Y no olvides que no llevas las bragas puestas. Igual te sobra algo más ¿no crees?

Paula no lo ha olvidado, no, básicamente porque siente la ausencia del recogimiento propio de las bragas desde que se las quitó, y eso la ha tenido en ascuas desde entonces. Sin decir nada, echa mano a la cremallera trasera de la falda y la deja caer, descubriendo en el espejo que aquel sujetador también sobra.

- ¿Te has quitado la falda? -adivina Sam en aquellos sonidos telefónicos que acompañan al silencio de Paula- Vaya, vaya, vaya... veo que no hace falta decirte lo que tienes que hacer... ahora te sobrará ese sujetador ¿no?

- Estoy en ello -bajando aún más la voz para que no la oigan, que parece que ha entrado una chica en otro de los probadores, está hablando sobre el tallaje con su madre, que se ha quedado en el pasillo.

- Temes que puedan oírte ¿eh? Espero que no lo olvides.
- ¿Qué quieres decir? -musita ella mientras contempla a su frente el cuadro que hace sin sujetador, sin bragas, sólo con el foulard y las medias a mediomuslo puestas.
- Nada, ya lo sabrás. Me temo que ya estás totalmente desnuda, se te ha puesto la voz grave Pau.
- Sí -confirma ella, mirando aquel reflejo en el espejo cuyos movimientos le están resultando tan excitantes. ¿No piensas venir?
- Antes tendrás que hacer algo más. Has de ponerte ese sujetador que te ibas a probar.
- Pero si me queda pequeño -vuelve a la realidad física Paula de pronto.
- Por eso, te lo pondrás y te quedará pequeño. Venga, póntelo.

Mientras confirma lo que pensaba, que le queda pequeño el sujetador que se trajo, descubre que el efecto es asombrosamente sexual, que ver sus pechos comprimidos y sobresaliendo la parte superior de las aureolas por el borde de aquel sujetador, ver sus duros pezones deseando escaparse de aquel pedazo de tela, la excita aún más de lo que ya estaba.

- Te mueres por tocarlos ¿a que sí?
-Qué... ¿qué dices? -pillada en falta se arrebolan sus mejillas.
- Pues no los vas a tocar, nadie los va a tocar hasta que no los toque yo -sin escucharla tan siquiera, prosigue su discurso Sam, sin prisa pero sin pausa- Estás empapada, y sólo mirándote, compruébalo, Paula, mete tus dedos entre tus piernas y verás que es verdad lo que digo.

El mutismo telefónico confiesa que efectivamente Paula mete sus dedos entre sus piernas antes de que lo haga un gemido desobediente que se burla de sus labios apretados.

- Lame los dedos, lámelos y verás que no miento cuando digo que sabes a sandía.

Aquello ya no puede pararse. Paula lame sus dedos con devoción, ascendiendo al grado de alevosía los lametones porque verse hacerlo en el espejo aviva el deleite en que se está regocijando con un vouyerismo inusitado: observar su propia sensualidad bajo la ciega mirada de Sam.

- Vas a seguir mirándote en el espejo, vas a arrimar tu culo a la puerta, vas a cubrir tus ojos con el foulard, bien cubiertos, que ni un resquicio de luz consiga visitarlos, y luego vas a abrir el pestillo de la puerta.

Un corazón galopa dentro de Paula a la velocidad del vértigo y a tal volumen, que está segura de que se ha hecho el silencio en los demás probadores porque oyen a ese corazón que lleva dentro atronar cada vez más fuerte. Pero, perdiendo la luz de vista gracias al foulard, arrima su culo a la puerta y, tras tropezar sus manos con sus pechos, palpa la madera hasta dar con el pestillo: lo abre. Lo abre y espera la eternidad que puede caber en un minuto, tal vez dos.

La puerta empuja a Paula, la desplaza hacia adelante y ella se queda allí, a la espera. Escucha el sonido del pestillo tras ella, y a una mujer preguntarle a otra sobre unos frunces en la cadera, pero sobretodo ello, sigue escuchando su corazón.

Respira sobre su hombro, alguien respira sobre su hombro mientras le quita el manos libres de los oídos.

- Sam...
- Ssssshhhhh -muy cerca de su oído le conmina a guardar silencio respingándole la piel, al tiempo que siente un calor forastero rozando sus pezones, su vientre, sus caderas, sus nalgas, subir por su espalda para regresar a sus pezones cuando unos dientes se agarran a su cuello. Y cierra los ojos, aunque ya los tenga cerrados.

El tacto de la puerta en su espalda desconcierta a Paula. Aún más unos sonidos metálicos y unas manos que la adelantan por las caderas, provocando cierto intento de resistencia y balbuceos.

- Sam, no, no sé ...
- Sshhhh -besa su vientre sin dejar de acercarla a sus labios por las caderas, manteniéndole las piernas bien abiertas. Sam ha acercado el banco metálico a Paula sentándose en él, y atrae desde allí las caderas de Paula a su rostro. Instala su mano en aquel húmedo paraíso que lleva imaginando desde que soñó que se lo comía bajo la mesa del despacho de Paula. Ella se dobla, apoya una mano en su hombro y gime con sus caricias, lentas, profundas, con su abrazo táctil al clítoris que tanto ha deseado lamer.

- ¡¡¡Sssssshhhhh!!! Junto a sus oídos, le exige silenciar el deseo agónico que se le escapa por la boca, porque Sam ha ascendido hasta allí para obligarla a descender, a sentarse sobre él, alojando una parte de Sam dentro de ella de golpe, con ese dolor que sólo una entrada tan inesperada como anhelada puede lograr.

Ahora es ella la que se abraza a un cuello, la que clava sus dientes en aquel cuello mientras sus caderas se frotan contra el cuerpo masculino que la empotra contra él. Se le nubla la vista que ha perdido en la oscuridad del foulard, se le ahoga la respiración que traga una y otra vez para no cambiar el rumbo de la elección de pantalones que tiene lugar en el vestidor de al lado ... respira en su boca, sí, ahora es su boca en la que puede desgastar sus labios con todos los besos del mundo mientras aquel par de manos masculinas aprietan sus mejillas porque saben que no podrá acallar a su garganta, que la hoguera que llevan alimentando tanto rato resplandecerá en la negrura que un foulard gris ha conseguido instaurar, pese a las luminosas luces del centro comercial, en aquella existencia de Paula.

Arroja su placer dentro de Sam cuando le rasga las entrañas, con pequeños espasmos que comparte con él. Clava sus uñas en su espalda al ritmo que él le come la boca engulléndole los gritos que no dará. Y se aleja dentro de él, sola, muy lejos, a grandes zancadas que da con cada envite en el que hinca a Sam en sus adentros, arrancándole toda la inmensidad que exige su actual existencia.

Desde allí regresa pausada, no queriendo irse aún, no queriendo acercarse al probador donde Sam la espera. Poco a poco llega, inevitable recuperar la respiración al aproximarse a él.

Siente que le lame el sudor. Va quitarse el pañuelo pero no le deja.

- Sssshhhhhh -ase sus manos hasta posarlas en sus propios muslos.
-¿Qué haces? -extrañada se levanta cuando se lo indican aquellas manos y extrañada continúa cuando las siente colocarle los auriculares del manos libres en los oídos. Extrañada, siente que Sam la besa para luego, desaparecer.

- Me estás mirando Sam, ¿verdad que me estás mirando?

Sam tarda en contestar. Pero lo hace.

- Dime que aún tienes ganas de encontrarte conmigo Pau.
- Pero ... ¿dónde estás? -se quita el pañuelo Paula consternada al volver a verse desnuda en aquel habitáculo, sola.

Sam sigue al otro lado del teléfono.

- Mírate Paula, mírate. Mira como tienes las mejillas sonrosadas, como toda tu piel tiene un brillo especial. Mira cómo han oscurecido tus aureolas. Así es cómo más me gusta verte, porque así es cómo te veo yo cuando te corres como acabas de correrte. Me lleva al delirio oírte entonces Pau, cariño, pero verte como te estás viendo ahora, me tiene hechizado. Es mi droga. Disfrútate por mí.

© Glauka 2008


*El espectro electromagnético de los teléfonos móviles está compuesto por dos tipos de ondas, algunas de las cuales están en el mismo rango de frecuencias que los sistemas vivos:
1) Las microondas. Son las ondas que portan la señal y su frecuencia está en torno a los 900 MHz en el caso de la tecnología GSM mientras llega hasta 1.800/1.900 MHz en el caso de los aparatos digitales. Y,
2) Las ondas de muy baja o extremadamente baja frecuencia que son las que modulan la señal. En cuanto a la frecuencia de estas ondas en los teléfonos móviles las encontramos de:
a) 2 hertzios. Se usan para evitar la modulación poco confortable para los oídos que provoca el ruido circundante.
b) 8,34 hertizios. Es la frecuencia de emisión de la señal asociada a las condiciones de RECEPCIÓN.
c) 30 a 40 hertzios. En ella emiten distintos elementos electrónicos internos del teléfono móvil.
d) 217 hertzios. Es la modulación de la frecuencia portadora de las microondas utilizadas por los sistemas GSM (hay que decir que en caso de tráfico intenso la frecuencia de 217 Hz desaparece y sólo queda la de 8'34 Hz).

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18.4.08

8,34 HTZ* (segunda parte)

¿Cómo no iba a llamar él? Mojaba sus labios sonrientes recordando aquella llamada en el hiper con la que Paula le sorprendió sin preguntarle si le venía bien o no le venía bien, ni plantearse siquiera que él pudiera cortar la comunicación, incómodo, dejándola con las ganas. Le devolvería la jugada, a su manera, eso sí.

- Dime Sam.
- ¿En dónde estás?
- Todavía en el despacho, estoy escribiendo un mail y aún me queda recoger la mesa, no me ha dado tiempo a salir todavía. Pero no te preocupes que llego.

El golpeteo de sus dedos sobre el teclado certifica lo que está diciendo. Se sonríe.

- Cómo me gustaría estar bajo tu mesa ahora mismo, abrirte las piernas y hundirme entre ellas.
- Por favor ¡¡¡no me hagas esto!!! Tengo que terminar el mail, Sam, no juegues. Espérate a que lleguemos a casa.
- No, de eso nada. Ahora mismo me encantaría estar ahí y sentir el calor de tus muslos en mis mejillas, olerte, que ese olor a sandía me atrape y mi lengua se roce contra tu caliente braga.

Ya lo ha hecho. El siempre lo hace. No sabe porqué, pero le dice dos frases y la enciende en un tris. Ya se ha despertado el “zum” rugiendo en su vientre y los labios que unen sus piernas, ya están alborotados.

- Déjame terminar esto...
- ¡Que no Pau, que no! Que me apetece saberte muy caliente cuando nos encontremos en la tienda. Saber que me has imaginado ahí, debajo de tu mesa, comiéndome tu coño como tú sabes que me gusta comérmelo, con ganas, rechupeteándome, bebiéndote cuando te desbordas.

No suena el traqueteo del teclado.

- ¿No te estarás tocando?
- No. No me estoy tocando. Pero como sigas así, me tocaré.
-Movería tus nalgas hacia adelante, que te quiero con los labios bien abiertos. -sigue él dejando inútiles las amenazas de Paula- Las tienes frías.

Le da un respigo a Paula. Es verdad que tiene las nalgas frías.

-Y soplaría sobre tu hermoso clítoris antes de darle un lametón de lengua abierta, plana, caliente.
- Venga, me voy a ir yendo ya, Sam. No puedo seguir así aquí, en cualquier momento entra alguien y se me notará. ¡Eres un desgraciado!
- Vale, pero no me cuelgues. Déjame acompañarte.
- Pero si nos vemos en veinte minutos...
- Pues déjame acompañarte, apaga el ordenador y enchufa el manos libres.

Mientras apaga el ordenador y recoge su abrigo y su bolso, distiende la conversación Sam preguntándole, como si tal cosa, qué tal le ha ido el día, si ha comido en dónde siempre, si ha “ladrado” a algún cliente de la empresa descargando así su malestar laboral; mientras, el ronroneo ventral se ralentiza en Paula, sin apagarse, desde luego, pero, de la que la humedad que desciende de sus adentros cala sus bragas, va instalándose un nivel de ralentí en el zumbido de sus ganas.

- Vuelve a sentarte un momento.
- Pero si ya he apagado todo...
-Que te vuelvas a sentar un momento, es sólo un momento.
- Venga, va. Ya estoy sentada.
-Quítate las bragas -tras unos segundos silenciosos, reitera su petición- Quiero que me des las bragas cuando nos veamos, así que vas a tener que quitártelas ahora que puedes, más tarde va a estar complicado ¿no crees?

Le ha clavado otra vez una antorcha encendida en medio de sus tripas y mientras se extiende en todas direcciones, Paula duda. Un segundo nada más, tal vez dos, pero duda. Sabiendo como sabe que eso es lo que busca Sam, que sus dudas y su superación convierten a Sam en deseo hecho carne quemada, sube su falda para descender sobre sus muslos y sobre las medias a mediomuslo que lleva, las bragas que Sam ha mojado sin tocarla siquiera. No resiste la tentación de saber qué es lo que olerá Sam cuando se las de, las acerca a su nariz e, inmediatamente, las mete en su bolso hechas un barullo.

- Ya está. Ya están en el bolso ¿contento?
. Sí. Muy contento. Ahora ya puedes salir, te estoy esperando.

Ella sale del despacho poniéndose el abrigo con el bolso en una mano y el teléfono en la otra Vuelve a hablarle él de los acontecimientos del día, como si nada hubiera pasado; ahora le cuenta que ha hablado con su madre, que el fin de semana habrán de ir a comer con ella, que está algo pachucha, le da recuerdos de su amigo Héctor, se encontró con él en el metro y han quedado en cenar todos juntos al menos una noche antes de que lleguen las vacaciones. Ella escucha sin olvidar, ni por un sólo momento, que no lleva bragas.

Entra en el Centro Comercial desabrochándose el abrigo y parándose a mirar uno de los collares expuestos en una vitrina.

- ¿Has llegado ya?- inquiere él, percatándose de la ausencia de tráfico al otro lado del hilo telefónico.
- Sí, sí. Estoy en la planta baja, mirando un collar.
- Pide que te lo dejen probar.
- No, no, si es sólo curiosidad, si no pienso comprármelo.
- Tú pide que te lo dejen probar.
- ¿Y eso? -vuelve a burbujear el vientre de Paula.
- Quiero que te mires en un espejo con el collar puesto, para que sepas cómo es tu cara cuando nadie más que tú y que yo sabe que no llevas las bragas puestas.
- Mira que eres...
- Tú pídelo.

Y lo pide. Y amabilísimamente la vendedora saca de la vitrina el collar y se lo cede a Paula, quien, frente a un espejo y con sumo cuidado, mete su cabeza por el collar, levantándose la melena con la mano derecha para soltarla una vez tiene el collar posado sobre su pecho. Mueve el conjunto de grandes aros plateados y piedras negras de diversas formas hacia arriba y hacia abajo frente al espejo, rozando la piel que deja su camisa entreabierta ver, decidiendo abrir un botón más y abriéndolo efectivamente.

- Te brillan los ojos, mírate, mira como te brillan los ojos. Estás tan mojada por saber que no llevas bragas que hasta se te empaña la mirada con la humedad que te brota entre las piernas.

Sonríe frente al espejo. Es cierto: no lleva bragas.

Mientras Sam se ríe y hace comentarios jocosos sobre la conversación que mantiene con la dependienta dejando para más adelante la adquisición del collar, Paula sigue su camino en dirección a las escaleras mecánicas.

- ¿No hay pañuelos por ahí cerca?
- Sí, creo que sí -busca con la mirada- sí, allí están, al fondo.
- Venga, va, vamos a ver pañuelos -baja la voz Sam reflotando el efervescente zumbido que se agarra el vientre de Paula.

Mira, remira y escoge Paula, elige primero por colores. Alegres y primaverales son los primeros que toca, que pasa por sus manos suavemente, contándole a Sam cómo la frialdad de la seda le roza las muñecas antes de que él vuelva a jugar con su deseo. Se le ha adelantado y eso no puede ser.

- Busca un foulard, uno tipo foulard con el que pueda atarte.

De nuevo domina la situación, ella le deja, se lo pone en bandeja de plata. Le gusta, le gusta a ella dejarle llevarla por donde él quiera. Le cuenta de uno color hueso, con bordados andaluces cuyo relieve se aprecia al tacto, pero no le convence, le pide que siga mirando. Uno rojo sangre atrapa su mirada pero Sam no está por la labor hasta que aparece uno gris marengo de largos flecos, prácticamente mate, más grueso que el resto, con el que Paula se da una vuelta al cuello y aún le llegan los flecos a las rodillas.

-Estarás preciosa sólo con él puesto.

Se ríe Paula nerviosa.

-¿Quieres que lo compre? -muerde los flecos mientras roza sus mejillas con la seda.
- Puede. De momento quédatelo. Creo que me va a gustar verlo flotar sobre tu culo, ver como los flecos se quedan atrapados entre tus nalgas tiene que ser todo un placer. Sí, de momento te lo quedas y te vas acercando a lencería.
- ¡Uyyyysss! ¡¡¡A lenceríaaaa!!! - replica Paula.
- No te hagas ilusiones, querida, sabes que me gusta quitártela, no ponértela.

Con el foulard alrededor del cuello, sube en las escaleras mecánicas quitándose el abrigo. Con él sobre su brazo izquierdo y Sam hablándole desde dentro de su cabeza entra en el maravilloso mundo de la ropa interior.

- No, no mires si hay tu talla -la pilla en pleno proceso en una fila de sujetadores negros tipo balconett sin relleno, que le entraron por los ojos.

-¡Cómo lo sabes! -se muerde los labios- Déjame mirar, para una vez que encuentro sujetadores sin relleno...
- No, no, no- habla al tiempo Sam- no necesitarás un sujetador de tu talla, bastará uno un par de tallas más pequeño, así que no necesitas perder tanto tiempo.
- ¿Cómo? No entiendo.
- Tienes prisa, cariño, por si no te habías dado cuenta, llevas aguantando la calentura casi media hora y estás deseosa de que te la meta hasta el fondo. Lo de menos para ti es la talla del sujetador que te vas a probar. Y para mí es importante encontrarte con las tetas desbordadas en el probador.

Clavada se ha quedado Paula. Lo ha dicho todo de seguido, con esa seguridad pasmosa con la que dice tantas veces las cosas Sam, dejándola sin aliento, sin palabras, sin razones ni argumentos. Pero nunca antes la había hablado así y había sentido vergüenza. Vergüenza fusionada con deseo, que era lo realmente de estreno. Desengancha de la percha el sujetador que tiene en la mano, talla 90, y se dirige al probador sin pensarlo siquiera.

Entra en el del fondo -es más grande que los demás-, con Sam aconsejándola al respecto. Deja caer el abrigo al suelo y se ve en el gran espejo central absolutamente ansiosa, con ese pañuelo gris abrazando su cuello, con una blusa blanca y una falda de lanilla evasé que, dice Sam, hace rato le vienen estorbando.

- Quítate esa blusa sin quitarte el foulard por favor, sólo la blusa, mirándote en el espejo. Así sabrás lo que veo yo cuando te desnudas.
- Sam ¿no habíamos quedado? ¿Porqué no vienes a quitármela tú? -intenta un acercamiento Paula.
- No Pau, no. No iré hasta que no estés como quiero encontrarte.
- Y eso ¿cómo es?
- ¿Quieres no hacer tantas preguntas y quitarte de una vez la blusa? Sólo si sigues mis indicaciones lo sabrás. Cuéntame, ve contándome por favor.

Y le va contando, bajando la voz, en susurros que le ahuecan la voz, cómo desabrocha un botón, y luego otro, y otro más, hasta que está la blusa totalmente abierta y sacada de la falda. Cuando él la empuja a sacarse un hombro y luego la manga, Paula le cuenta cómo saca la otra manga, cae la blusa al suelo y le da un pequeño escalofrío verse así en el espejo.

(continuará)
© Glauka 2008

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15.4.08

8,34 HTZ*

- No sabes cómo estoy ahora mismo Sam... te juro que me muero por tenerte ahora mismo aquí ...
- ¿Paula? ¿Qué dices Paula?
- Digo que estoy ardiendo... -la onomatopeya de placer suena cálida y profunda al otro lado del auricular- sí, así es, me quemas entre las piernas... ¡dios! lo que daría ahora por tu polla...
- No me digas que estás haciendo lo que creo que estás haciendo.
- No sé qué crees que estoy haciendo, pero puedo contarte lo que estoy haciendo.
- Esto ... estoy en el Eroski Paula, no me hagas esto.
- Pero no puedo aguantar más, voy a correrme y quiero que me oigas, necesito que me oigas correrme -de nuevo la maldita onomatopeya que no necesita de explicaciones.

K.o., se queda k.o. Sam. Lo que más le gusta en el mundo es escuchar gemir, volverse loca de placer y correrse, a Paula, pero aquí... demasiado tarde para salir corriendo a darle lo que se merece, demasiado tarde para colgar el teléfono y librarse del mal rato que le espera: se le ha puesto morcillona hasta la última de las neuronas y la sangre corre espesa por sus venas haciendo entrar en calor a cada uno de sus músculos.

- Me acaricio los pezones sólo con las yemas de los dedos -aprieta los labios para no emitir sonido alguno- Están duros ¿sabes?

Está acariciándose, “la muy perra está acariciándose” piensa Sam, y se lo cuenta. Nunca la ha visto hacerlo y sabe que se vuelve loco sólo de imaginárselo, y ahora, "la muy perra se acaricia y me lo cuenta".

Paula suelta el aire resoplando excitación, intentado evitarlo porque quiere contarle lo que hace- paso todos los dedos rápidamente sobre mis pezones y me arde el vientre aún más -no hay palabras, sólo un largo gemido femenino- se me contraen los muslos fuerte Sam, ¡te necesito entre mis piernas por favor!

Aprieta los auriculares de su manos libres más adentro de sus oídos, queriendo clavárselos en los tímpanos porque sólo respira, ella sólo respira entrecortada, y el gentío se ha hecho mayor frente a la pescadería del hipermercado, que es a donde le han llevado sus pies y de donde intentan salir a toda prisa. Ella respira agitada, ahogando los gemidos como sólo ella los ahoga, apretujándole a él, con cada ahogo, una y otra vez el corazón. ¡No!¡Maldita sea! No puede oírla, es su corazón el que acalla esos gemidos que ahora ella le permite escuchar.

-Sam ... -la “m” la ha tenido que imaginar porque ella sólo la ha susurrado. Se calma mínimamente su respiración- mi dedo corazón se desliza sobre mis labios, estoy empapada Sam, empapada como te gusta a ti ponerme antes de comerme el coño ¡Ah! Mejor no te pienso comiéndome el coño o me derretiré ya mismo, es que me gusta tanto que me comas el coño... -Continúan esos sonidos guturales que le ponen enfermo.

Se le nubla la vista. Sam no ha podido aún tan siquiera intentar pensar en articular palabra. Retumban haciendo eco todos y cada uno de los suspiros, gemidos y gritos de Paula en su cabeza demasiado alto para haber podido siquiera intentar pensar en articular palabra alguna. No le dice estas cosas cuando están juntos, no. El sí que le cuenta, pero ella, ella ni tan siquiera emplea palabras como “coño” con él, no hasta hoy al menos.

- Cómo me haces esto -su voz gruesa consigue intervenir en la situación- Paula por Dios, se me va a salir el corazón delante de las Cocacolas -consigue sonreírse ante lo absurdo de la situación, logrando así también cierto control sobre su situación en esta situación.
- Llevo puesto el antifaz -le estoca en medio del pecho.

La recuerda perfectamente con el antifaz puesto, expuesta a su mirada y a su deseo. Recuerda que le temblaban todos los músculos, que los muslos, efectivamente se contraían una y otra vez, chocándose y separándose sus rodillas, exigiendo que la rellenase.

- Y el mismo sujetador -El aire profundamente respirado sustituye a las palabras unos segundos- ese color vino ... no aguanto más, Sam, meto mis dedos bajo el encaje y por fin sólo mis pezones -el maldito aire entra y sale agitadísimo en los pulmones de Paula alterando el ritmo del aire que entra y sale en los pulmones de Sam- Los empujo con el dedo gordo desde abajo con fuerza -la palabra ve arrastradas sus vocales y consonantes casi a la misma velocidad que sus dedos bajo el encaje- me tiemblan las piernas porque hago lo mismo que tú cuando me castigas, no les doy todo lo que quieren ... no ... -mil vocales abiertas son expulsadas a bocanadas antes de terminar la siguiente palabra descriptiva del cómo mueve la mano- lentamente paso la palma de la mano sobre ambos a la vez... Sam ... me he mordido el labio inferior, como te estarás imaginando... como pitones los dejo al aire, sí, meto la mano bajo la braga ... estoy aún más encharcada y los muslos ... siguen temblando, se mueren por apresarte Sam....

- ¿Puede decirme el precio de este zumo?

Una señora de mediana edad, con las lentes a mitad de la nariz, se mete en su cabeza reclamándole cierta existencia en este tiempo de su vida en el que él no quiere que entre nadie más. No puede ser. Sin miramientos, arrebata a la señora el brik de zumo de tomate, y, mientras ella le protesta por la desconsideración hacia los mayores de estos supermercados tan grandes, que escriben los precios tan pequeños que no se encuentran, le da varias vueltas con cierta desesperación en busca del precio.

- Se resbalan los dedos y entran dos ... ¡¡¡dios!!!

Lanza una mirada acelerada al stand: 0,99 euros.

- 99 céntimos señora -escupe encajándole el brik de zumo en la mano de un sólo empellón, girándose sin mirar atrás, huyendo de la conversación que la buena mujer pretende colar en esa inmensa humedad en la que Paula zambulle sus dedos, perfectamente alojada, por otra parte, en su boca.

Paula atrona de repente en la cabeza de Sam. El brutal sonido obliga a sus ojos a mirar a ambos lados de su realidad: seguro que lo han oído todos los demás.

-Me he metido el vibrador de un sólo golpe ¿quieres oírlo?

Y lo oye, oye el chapoteo de aquel consolador que le mandó por correo por su cumpleaños, el mismo con el que jugaron varias veces después, sí. Pero siempre siendo él quien lo movía, quien lo dirigía, quien decidía su ritmo y sus movimientos. Escucha perfectamente el chapoteo que organiza con los jugos de Paula entrando y saliendo, volviendo a entrar y volviendo a salir, rápido, muy rápido ... se lo está dedicando, “la muy perra me lo está dedicando”.

Ya no se escuchan las aguas chorreándose unas a otras, pero, tras los instantes de silencio, vuelve la respiración de Paula a contarle que ella sigue muy pero que muy caliente.

- Paul... -no puede continuar porque ella le interrumpe.
- Lo he dejado ahí metido, lo aprieto con mis piernas y con el movimiento de pelvis... -parece que va a ahogarse- … arriba y abajo -se esfuerza por no emitir gallos al hablar y se nota- así tengo las manos libres ...

Está concentrada en su clítoris. Lo sabe. Sí, esa respiración rápida y cortante se lo dice, que ella está allí tumbada, con el antifaz cegándola, la mano agitándose con vigor contra su maravilloso clítoris, su magníficamente magnificado clítoris, y el vibrador ocupando su lugar. Lo que daría por verlo.

- Sentada, voy a sentarme -los ruidos de fondo sólo informan de movimientos al otro lado del auricular- cabalgo los cojines y mis manos aprietan mis pechos -los sonidos ininteligibles siguientes certifican la satisfacción hambrienta que está logrando Paula.

Aquella imagen en el espejo que automáticamente su memoria sabe que existe en la situación le obliga a apoyarse en una estantería, así que finge estar mirando el precio o las características o lo que sea que se mira cuando se va al hipermercado, de un tambor de detergente. Ella sigue gimiendo, ahora ya con cierta necesidad de descontrol, a punto de desbocarse, tardando en hacerlo como suele ocurrir minutos antes de correrse como una salvaje desmelenada sin importarle ni nada ni nadie. Sam mira de pronto su entrepierna: afortunadamente el chaquetón se ha aliado con él.

- No puedo, así no puedo -solloza Paula mientras los mismos ruidos de antes acompañan de fondo a su voz- necesito restregarme contra ti Sam -siguen los ruidos ensordeciendo las palabras- así, entre mis piernas prisionero te tengo... tocas mis pezones mientras tengo toda tu polla dentro -él ve perfectamente el consolador sobresalir entre sus piernas, con sus nalgas de corona y se le escapa un levísimo gemido.

Sólo gime. Sólo suspira. Sólo urge y aprieta y regime y repatalea y reaprieta. Acelera acelerando, se frota sin compasión contra el colchón y muerde con sus dedos sus pezones, diciéndole a Sam, encima, que son sus dientes y sus labios. Más quisiera. Sube, y tarda en llegar, pero cuando llega es un clamor tan extenso que le abruma hasta la extenuación, porque ella sigue, y otro poco más, tardando mucho tiempo en llegar el ronroneo que Sam sabe que, tras mojársele la piel en esa cadena orgásmica, se alarga durante unos minutos deliciosos para él, en los que Paula es un montón de placer acurrucado a su lado, nada más que un montón de placer delicioso y deleitado en sí mismo.
(continuará)
© Glauka 2008

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11.4.08


"No puede impedirse el viento, pero pueden construirse molinos"
Anónimo
.......
Vamos a por el siguiente, que no se diga.
Glauka

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7.4.08

Solamente llorando

Húmedamente respiro,
balbuceo
con dolor en el pecho
tierno.
No, no lloro ¿o sí?
quizás duele
perderse en este laberinto
sin salida.
Sí, sí lloro ¿o no?
este vapor de lágrima
que quemaba antes de salir
es lo que respiro
y me ahoga.

¡Aire, sólo aire!
Me falta el aire.

Ardientemente me hundo
en un abismo,
ahogándome,
sintiéndome llorar,
arañando la noche sin uñas
entre negros ojos
ciegos.
Perdida, sola,
ahogándome
en un puño que aprieta,
y en una lágrima me encierra.
El silencio espeso
que no quiero escuchar,
grita,
vocea,
clava sus palabras lento
en mi cabeza.
Susurra soez
provocando mis lágrimas,
penosamente
desgarro el aire
buscando nada.

Es esta locura de llorar
lo que no quiero,
Y desespero
llorando inútil.
se ríe de mí, sí,
se ríe.

Y yo
lanzo mis lágrimas
entre sollozos
olvidados
en una noche
que se ríe.
Hundida me ahogo
con la desesperación asustada
de una carcajada,
porque la noche,
sí, ella,
que me hizo llorar,
se ríe,
se ríe de mí.
Se ríe.
© Glauka 1990

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2.4.08

DOLOR (tankeando sin éxito)

Cuadros de Patricia Cruzat Rojas
Una vez más
triple salto mortal:
crujir de huesos,
corazón reventado,
mil alaridos mudos.

Fregona en mano
con los mocos colgando,
sesos y sangre
se esconden de la vista:
silenciosa derrota.

Clava sus uñas
agonizando en silencio.
La vida vive.
El dolor regurgita
encerrado en sus tripas.


Dolor © Glauka 2008

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