31.12.07

2008


Comenzaré el año como acabé el 2007:
ESPERÁNDOTE
2008 © Glauka 2007

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27.12.07

Algún día, en la vida V

Llaman a la puerta.

-Llaman, creo que llaman.

Sol no contesta.

- Sol -Pablo la toma por el mentón y dirige suavemente la cara de ella hacia sus ojos- ¿Qué te pasa, mujer?¿Lloras?
- No Pablo, es agua de mar.

Pasa la yema de sus dedos por los párpados de Sol llevándose esas gotas de mar que le saludan y los lame con delicadeza, reconociendo el sabor de su mar en ella.

- Vamos a tener que levantarnos ya, amanece, y Sandra debe estar atacada de los nervios ahí fuera -sonríe Sol.
- Sí, hace sol - besa los ojos de ella un Pablo sonriente - siempre hace sol cuando estás a mi lado.
- ¡No me digas esas cosas Pablo! Venga, nos levantamos y si hace solecito, buscamos el mar más allá del acantilado, y dejamos a Sandra entrar o despertará a toda la residencia con tanto aporrear la puerta.
- Hace sol, sabes que hace sol ...- insiste él, riéndose.
- Pues vamos - se fuerza ella a levantarse- vendrán los niños y no habremos podido bañarnos, ya lo verás. Si sigues mirándome así no podré ni levantarme, ni vestirme, ni ducharme ni nada de nada ... ¡Pablo!

La besa un Pablo divertido, el golpeteo de la puerta sube el tono mientras los besos -sin dientes- no permiten a Sol ese "hacer las cosas bien" que le trae sin cuidado sólo cuando Pablo es quien la besa.

-Sigues teniendo ese labio grueso niña, y me sigue gustando morderlo, y no puedo evitar imaginarlo rodeándome ... ¡¡¡jajajajajaja!!!
- Claro, claro, claro, especialmente ahora que no hay dientes ¿eh? Si es que eres un caso.

Se levantan ambos sin cesar los arrumacos y las miradas juveniles iluminándoles las caras, consiguiendo Sol apartar las manos de Pablo de sus pechos junto al pomo de la puerta. Posa la mano en el pomo pero, justo cuando parecía que iba a abrir, se gira y, acercándose a su cuello, le susurra:

- Estoy mojada.

Es entonces cuando abre, sin darle tiempo a Pablo a reaccionar, dejándole con ese pensamiento jugando en su cabeza mientras una Sandra descompuesta ya, irrumpe en la habitación reprochándoles la tardanza sin que le hagan el menor caso.
Esta mojada.
Esta mojada.
Esta mojada.
Esta mojada... -retumba en la cabeza de Pablo la frase dicha así como si nada, mientras Sol le da los buenos días a Sandra, sonriendo a la sinsonrisa de Sandra, al tiempo que empuja con cariño a Pablo fuera de la habitación. Un guiño de ojo y rápida expresión labial de un beso acompañan el “hasta ahora, dame media hora y nos vemos en la ermita” de Sol.
Media hora, así es ella -piensa Pablo- nunca emperifollándose, porque la verdad, no sirve de nada, a mi ya me tiene de siempre y no precisamente por la belleza de pote. Demonio de mujer -continúa pensando él, sintiendo que algo le dificulta el andar- me la ha puesto dura.
Amanecer en San Rafael es beber sus vistas, las que desde la terraza al acantilado permite no ver ni pizca de tierra, sólo mar. Un azul marino extenso y hoy llano al tacto del sol, bienvenido de un cielo limpio donde continúan las gaviotas dándole sentido.
Se viste cómodo, sin emperifollamientos, como Sol, al igual que ella, con la ropa que siempre porta el sello de ser "su ropa" y no la de otro, con todo el carácter del hombre y los secretos de la vida.
Los botones son como recordar -piensa mientras se abrocha los jeans, una manía suya que a veces le apura, cuando va al baño, una próstata envejecida- y a cada abrocharse le vienen ráfagas cargadas de entrañable pasado. Nada estaba mal, todo fue correcto, sucedió y la calma les ha llevado hasta aquí.
Es curioso que algunos se pierdan la vida, cuando ésta te pone delante más de la misma -continúa divagando como de costumbre, esta vez en voz interior de su off- que deba existir el tomar una opción cuando las señales son las mismas, cuando hay más señales de vida por medio que se quebrarían por optar. Me llamarán egoísta si lo explicara, ella nunca me lo ha llamado. Siempre fui feliz en mi infelicidad interior, la que me hace como soy, y hoy, en la infelicidad de haber perdido una parte importante de la vida, me siento traicionado por la misma, por dejar que continúe sintiéndome feliz con mi vida mutilada.
No es momento para ponerse triste -se dice a sí mismo- Venga, vamos a ver a esa dama que te espera.

- Bueeeeeno, se nota que tú no cumples años, sino que los descuentas.
-Menos halagos señora mía, que uno ya no soporta bien las subidas de tensión.
-Te has cortado un poco, espera.
- Ser un clásico tiene eso, toda la vida afeitándome con maquinilla y toda la vida sabiendo que por mucha habilidad que tuviese, un día u otro, me volvería a cortar.
- Ya está.

Llegan dos coches a la plataforma de aparcamiento, debajo de la falda del jardín.

- Está hermoso hoy San Rafael.
- Estamos nosotros y este día, tan especial.
- Sí es especial sí, han venido tus hijas y la pequeñas.

Pablo sabe que Sol no debe saberlo, que si lo sabe ahora mismo se pondrá de los nervios, así que calla para decirlo después del desayuno, al pie de la Divina Pastora. A Sol no le va a importar que él diga lo que va a decir, antes sí le hubiese importado por ser ella tan reacia a esas formalidades entre parejas. Ahora incluso la alegra, sobre todo por ser él quien pida de regalo de cumpleaños su mano, metafóricamente hablando claro -se resume mentalmente Pablo en su secreto mientras se dirige hacia el jardín para sentir el ímpetu juvenil del choque en el pecho que los más pequeños siempre le dan.
(continuará)
Algún día en la vida V© EarthSea&Fire 2007

24.12.07

Algún día, en la vida IV

- Mañana es tu cumpleaños.
- Vaya, no me acordaba.
- ¿Cuántos son ya? ¿ochenta y dos?

Pablo la besa, no para callar la edad sino para aplacar los miedos de ella. Sabe que el paso del tiempo la ha asustado desde siempre, sin llegar nunca a negarlo, porque no le preocupa el conocimiento ajeno sobre el paso del tiempo sobre ella, no; lo que le preocupa es saber ella misma que el tiempo pasa, sobre sí misma y sobre los que ama.

- El paseo tendrá que ser tempranito entonces, que vendrán los niños. Que no se me olvide, recuérdamelo tú si se me pasa, darle a la mayor el jersey de colores que le hice a tu nieto.
- Y a mí ¿qué me vas a regalar?

Sonríen ambos en el espejo. Son ya cuarenta y cuatro años regalándose algo especial por cumpleaños y fechas señaladas. Nunca dejó de serlo, quizás por regalar quien lo hacía.

- ¿A ti? Nada, ya te lo he regalado todo. No me queda ya qué regalarte.
- ¿Cómo que no? - la aprieta contra sí, haciéndole notar que lo de la Viagra era una broma nada más- Yo creo que sí puedes regalarme aún muchas cosas -la acaricia con fuerza sobre el camisón, apretándola, hasta casi clavarla en su cuerpo- Ya veremos mañana qué se me ocurre.
- Si es queeeee ... eres un viejo verde, Pablo, ¡¡¡pero verde, verde, verde!!!
- Y lo que te gusta ¿qué?

Se ríen, se besan, se ríen, se miran, se acarician, se besan, se miran y sonríen.

- Sol, sol, sol, sol ... -la ha girado besándola en la frente al tiempo que se sienta sobre una de las camas gemelas, intentando sentarla sobre sus rodillas, infructuosamente, que ella no se lo permite, y se sienta a su lado, mientras le empuja con su mano derecha sobre el pecho hasta conseguir que se tumbe.

Siguen encajando perfectamente. Ella apoya su cabeza sobre su hombro derecho, junto a la axila, hoy escasa de vello, su pierna derecha sobre los muslos de él invadiéndole con su cuerpo ladeado, y él, la abraza por los hombros con la mano derecha al tiempo que la izquierda la ase, casi por la cintura, fuertemente. Cierran los ojos sin contarse, porque no hace falta, cómo recuerdan aquella otra vez en que cerraron los ojos hasta quedarse dormidos.

- ¡Vas a coger frío! -le susurra una Sol preocupada intentando despertarle- Venga, Pablo, despierta. ¿No decías que dormirías en tu cama? Es de noche ya, nos hemos quedado dormidos, venga cielo, despierta.
- ¿Otra vez? ¿Otra vez lo mismo? -masculla Pablo trayendo hacia a sí a Sol- No, esta vez no, esta vez quiero despertar contigo.
- Paaaablo, que en nada picará Sandra a la pueeerta, no seas caprichoso, no queda nada, es sólo una noche. Venga ¡levántate, viejecito mío! - y le roza los labios con el pulgar, desde muy cerca, dada la prisión que los brazos de él han construido a su alrededor.
- Mi regalo -sin abrir los ojos habla Pablo- ese es mi regalo: quiero despertar contigo al lado.
- ¿Y Sandra?

Abre los ojos como platos Pablo. Sol y sus cosas. Tanto cuento con Sandra y las formas y no sé qué más y de pronto le sale con esa tranquilidad de quien desea lo mismo sin importarle demasiado el resto. Se rié mirándola. Ella se ríe también, así es, le importa un bledo el resto, pero por si acaso, pregunta.

- Sandra no se atreverá a picar siquiera ¿no ves que sabe que estamos aquí? Ya se las apañará. Y si entra, pues nada, que se meta en su camita que hoy no estoy para tríos -y se gira, acomodándose Pablo, frente a ella, para sentirla más dentro. Sube la manta un poco más arriba, hasta taparle el cuello a Pablo, le acaricia la nuca y él hunde su cara en su cuello, buscando el mejor lugar de todos los lugares posibles para dormirse: juntos.

El cuello de Pablo nunca dejó de ser el lugar donde nacen los sueños. Allí está el latido que alimenta el lugar más escondido de ambos. San Rafael siempre existió, lo había construido él para Sol y sus bromas de anhelo, un edificio erigido durante años con todo lo necesario, dibujado piedra a piedra, encalado a cada mirada, ajardinado por el tacto y sesgado por el horizonte del mar, aquello que pocos sabían como cruzar.
En el cuello de Pablo sucedían cosas que Sol comprendía, el flujo de la sangre se calmaba al sentirla a ella, casi se detenía, sin alarmar al ver Sol que el pecho continuaba alzándola a cada respiración, profunda respiración del que sabe va a necesitar aire para el viaje. Ella tomó la costumbre de hacer lo mismo, de respirar repetidamente y así estar preparada para el viaje. Un viaje con Pablo no era un viaje cualquiera, quizá de no ser con ella, él hubiese continuado viajando solo. Penetrar en la cadencia de su respiración, lenta y constante durante el acceso al sueño, no era cosa sencilla. Existía la excitación, la que siempre surge al tener que viajar, la que ella ya sintió una vez.
El sueño de Pablo tenía un pasadizo largo y oscuro, un túnel vertical que empezaba a descender cuando cortaba la respiración, cuando su pecho quedaba alzado y detenido. Sol estaba preparada, toda la vida se había preparado para ese momento de paz del que no debía tener miedo.
El descenso era largo, o lo parecía, pleno de horror para quien lo quisiera ver, de miedos y redes de tristeza, de llantos desolados, de gritos de niños lejanos y partos de muerte.
Sol se apretó al pecho de Pablo como temiendo despegarse. Continuó descendiendo sin abrir los ojos, sin pensar en nada, dándole toda la confianza a esa parte suya que por fin parecía haber encontrado. Continuó sin mirar las paredes de la vertical y todo su cuerpo se estremeció al sentirle apretarla para que no se fuera. La luz turquesa se esparció en los ojos de ella, un destello de impresión, sobrecogedor por tanta belleza, sobrecogedor por estar Pablo tomándola de la mano como siempre había soñado, mostrándole el lugar secreto de su alma, bajo el mar. Sol estaba dentro de Pablo por primera vez, antes sólo se había quedado en sus ojos.
(continuará)

Algún día en la vida © EarthSea&Fire 2007

21.12.07

NO OLVIDAR (intermedio)

"Para que pueda surgir lo posible es preciso intentar una y otra vez lo imposible"
-ahí seguimos-
EDITO: "Sin saber que era imposible, fue y lo hizo"
(imposible no darle bombo y platillo a la superaportación del Arcángel Mirón)

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18.12.07

Algún día, en la vida III

Sin más que palabras en toda la cena, después de sobornar a Sandra, la compañera de habitación de Sol, con unas fichas para el bingo, ambos suben a la habitación.
Pablo despista en el pasillo la mirada del guardia de seguridad. Luego vuelve atrás y da unos golpecitos a la puerta, cómo era costumbre la primera vez.
- Pasa, pasa ¿te ha visto alguien?
- Creo que no. Espero que Sandra no se chive.
- Qué va, esa leyó tus libros y ya le he dicho que le firmarías toda la colección.
- !Joder!, ¿con esta mano que me tiembla?
- No, si aún te ira bien y todo que te tiemble, ya verás.
- No seas grosera, una mujer de tu edad...
Ambos ríen.
- Lo tengo todo preparado, como a ti te hubiese gustado hacerlo.
- A ver, menuda maravilla. Voy a disfrutar mucho Sol.
- Y yo.
Sol le besa después de apretarle las manos, como si ese efecto le dejase toda la energía que necesita Pablo. Luego se gira y se sienta frente al tocador. Pablo a su lado, sin dejar de mirarla por el espejo, toma el cepillo.
- Me gusta tu pelo, aún sigue negro.
- Me lo tiño Pablo, no sueñes con que sea el mismo.
- Para mí es el mismo.
Con una mano sostiene la base de cabello, con la otra lo peina. Toda una experiencia que nunca pudieron disfrutar con calma. Lo otro, ya vendrá. No puede ser de otra forma, vendrá como vino entonces: con calma, mucha calma, con tiempo, mucho tiempo, y curiosamente, con la familiaridad como sorpresa añadida.
- Tienes la misma mirada que entonces Pablo.
- Y tú el mismo rubor -contestó un asombrado Pablo viendo cierta nube colarse en la mirada de Sol en el espejo.
Se agachó para besar su hombro izquierdo, dejando caer el tirante de aquel camisón, notando cómo se respigaba toda la piel de ella con el contacto de sus labios y con el descender del tirante. Levantó la mirada y vio a una Sol que le ofrecía el cuello, en señal de que el rubor que seguía viendo dentro de una nube que se había instalado en su mirada, no iba a dominarla, que quería que la besara, como entonces.
Descendió ambos tirantes y sus pechos asomaron en el espejo, expandiendo la nube gris del rubor hasta su sonrisa; colgaban, flácidos ya, escondiendo la tersura de antaño en las arrugas que los adornaban. Los cogió con ambas manos izándolos, sin dejar de mirarla, acariciándolos con cariño, con deseo incluso, llegó a ver ella, incrédula.
Dobló el cuello entonces hacia atrás con todas sus fuerzas en busca de sus labios y así, mientras la besaba con su boca del revés, desaparecieron los años pasados llevándose con ellos las arrugas y los achaques: besaba a su Pablo, era el pecho fuerte de su Pablo el que acariciaba, el cuello que salía a su encuentro era el del maduro Pablo, no el del anciano Pablo.
Las lágrimas que les humedecieron los ojos a ambos mientras se abrazaban, sin embargo, eran las que regala la sabiduría de dos ancianos ya.
- Mira que luego nos van a tener que recetar lágrimas artificiales, ya lo verás - con la guasa habitual entre ellos, moldeó el instante Sol, a su medida.
- ¿Y Viagra? ¿Tú crees que nos darán Viagra sin hacer preguntas?
Se rieron. Como entonces. Como antes de entonces. Como después de entonces. En realidad, como siempre se habían reído al entenderse incluso en lo incomprensible.
- Pues no sé ... si les enseñas este pelo canoso de tu pecho igual sí, pero como vayas vestido nada, que sigues teniendo el porte fuerte - sabía que halagaba ella, pero sin mentir - igual las enfermeras te piden pruebas de flacidez.
- ¡¡¡Jajajajajajajajaajajajajajaaa!!! - Pablo se reía exactamente igual que se había reído siempre con ella.
- No te rías, que todo puede ser¡ oye! Si te las piden diles que me pregunten a mí, que ya doy informes yo ... aunque no sé yo, me da que voy a tener que mentir, que juraría que algo se abulta bajo tu pijama.
Pablo mira y recuerda la primera vez que la tuvo cerca, hace cuarenta y dos años. Sigue sintiendo lo mismo, un calor en el bajo vientre que aparece de repente, lo que él ha resumido en clasificar como "la llamada de la Selva". No había sentido antes de ella un deseo tan extremo y no carnal, no solo carnal, ese algo que invadía todo su cuerpo y le hacía resoplar al tiempo que respetar la mínima distancia entre ellos para poder seguir compartiendo las cosas. Claro que se acostó con ella, era inevitable que lo hicieran, pero no fue por sexo.
-Sol, esto no es un pijama. Debes ponerte al día mujer, esto es un pantalón sportwear, un regalo de mis hijas de las pasadas navidades.
-Me da igual, parece un pantalón de pijama.
-Vamos a hacer una cosa -Pablo la abraza desde atrás y pone su barbilla en el hombro de ella. Por suerte ella, con la edad, se ha encorvado un poco, sino eso le iba a obligar estirarse y dolerle la ciática. Sol siempre fue una mujer de buena complexión y altura, lo sigue siendo.
-¿Qué cosa? -ella apoya la mejilla en él, como si así pudiera escucharle mejor, y lleva las manos hacía atrás, en principio para tomarlo por la cintura, pero se detiene en el juego de meterle mano.
-Nos vamos a ir a dormir cada cual a su cama. Aún no nos han dado la habitación conjunta... -disimulando el resultado orgánico que Sol le provoca.
-¿Tú crees que en la conjunta terminaremos enfadándonos?. Mira que no hemos convivido nunca.
-... y mañana temprano nos vamos de excursión por la senda del acantilado, podemos desayunar en la capilla de la Divina Pastora -sin atender a la pregunta, por saber que Sol siempre ha sido de despistar las cosas que la ponen nerviosa.
Nerviosa le pone a Sol ese talante de compartir que siempre tuvo Pablo, de disfrutar los momentos y, si no los había, de crearlos e improvisar cualquier cosa que por su espíritu soñador la hacía cosa especial, la hacía sentir especial a ella. Nerviosa de esa característica de él por sentir algo que aún ahora le duele sentir, quizá por el tiempo pasado -¿perdido?- que no pudo compartir con él. Nerviosa por sentir que cada vez que le tiene cerca se siente feliz, por saber que la felicidad no existe para siempre. A ella le duró tres días una vez, luego le venía y se iba a ratos. Esta vez teme que se vaya para siempre.
(continuará)
Algún día en la vida © EarthSea&Fire 2007

15.12.07

Algún día, en la vida II


- Ya, ya, ya, todo eso ya lo sé corazón. Sé porqué lo dices tú, pero también sé porqué lo digo yo - y la malicia inocente brilla en las arrugas que su frente decide vestirse al levantar las cejas.
- Vale, cuéntame - y se dispone Pablo a escucharla como si no hubiera nada mejor que hacer en lo que le queda de vida.
- Hoy eres ¿cómo decirlo? .. ummmm ... ¿”Para mí” suena mal? ¡¡¡jajajajajaja!!! Sí, no me mires extrañado, porque es eso, sí, hoy estás aquí, a mi lado, disponible, nada de trabajo, ni de clientes, ni de problemas domésticos, que nuestra buena pasta nos sacan estos de la residencia para descargarnos de esas tareas Pablo. Hoy quieres regalarte por entero, no a pedazos, a ratos o a momentos. Hoy te siento así, y me tranquiliza y me da la libertad de elegir regalarme por completo, como no me regalé tampoco yo hasta hoy a ti, más que con el corazón, porque hoy la totalidad no se va a desgastar con el tiempo.
- Ven, anda, bésame.
- Ya se me ha puesto tierno el infante - trivializa Sol, en su línea de siempre - mira que se nos engancharán las dentaduras y verás ...

La besa él. La misma ternura que aquella primera vez. La misma suavidad y el mismo calor. Más intensidad, quizás porque no hay nervios.

- Te quiero -le susurra Sol a su cuello, a su cara y a su mirada- te quiero, te quiero, te quiero, te quiero ...
- Dí que sí, repítelo mil veces por lo menos, enmiéndate, por todas las que callaste este tiempo, que mira que eras mala ¿eh?
- Nada de enmiendas¡¡¡ No no no!!! Ahora puedo decirlo y gritarlo, porque ahora eres para mí, antes no, asique no debía ni podía ni tenía que quererte.
- Pero me querías que lo sé yo -Pablo jugando con cartas ganadoras, se eregía en conocedor de la verdad, porque así era, era verdad.
- Pero no de mis labios, yo no era para ti ni tú eras para mí ... hoy sí. Hoy me siento bien diciéndotelo, no me basta con sentirlo.
- Pero me querías Sol, me querías -triunfante sonríe Pablo de la que la lleva hacia sí por la cintura - ¡me querías!
-¡Mira que eres engreído! - sonríe ella dejándose llevar - Es posible ... en cambio tú, ¡¡¡bien que lo decías listo!!!
- Porque nunca he renegado de lo que sentía.

Se besan de nuevo.

- Habrá que ir a cenar ¿no? Anda que no está mosqueado el director del centro con nosotros. Ese jovenzuelo ¿cómo se llama? Don Antonio, sí, eso, nos mira de reojo y se cree que no me entero, cada vez que nos ve juntos.
- Se huele algo seguro. Su padre era amigo mío entonces y andarán los dos ahí en plan cotilleo a ver de dónde diablos sale esta "nueva amistad" mía -y Sol se ríe.
- Venga, vamos ya. Verás la cara que se les va a poner a todos cuando pidamos compartir habitación a partir del lunes.
- Mira que te gusta llamar la atención - pero sonríe Sol entusiasmada con la idea de poder dormir, junto a Pablo, todas las noches que le queden del resto de su vida.

Broma o no, la cena estaba servida y ambos respiraban, no ñoñerías de nuevos jovenzuelos fuera de tiempo, sino consciencia de aprovechar la ocasión que el destino, en el que no creían, les brindaba.

- ¿Un poco pronto, no? -dijo Sol mientras recogía una cucharada de caldo con fideos finos.
- ¿Pronto, para qué?
- Para cenar.
- Qué susto!... pensaba que lo decías por lo de pedir habitación juntos.

Sol ríe, más bien ríe sonriendo, al tiempo que sorbe la sopa sin dejar de mirarle.
-No me digas -le susurra Pablo.
-Si -le dice Sol, de nuevo con la cuchara metida en la sopa.
-No puede ser, a tu edad.>
Sol vuelve a sorber la cuchara, con una sonrisa de niña. Toda su cara parece rejuvenecer, brilla, y brilla el pelo oscuro de ella. Por un momento Pablo cree ver que lo está tocando.
- Pablo !vuelve!, se te va a enfriar la sopa.
- ¡Ah!, si.
- ¿En que pensabas?
Pablo hace sonido de que espere mientras se toma su sopa. Antes ha soplado un poco, para él está un poco caliente, o eso le parece, -cosa de viejo seguramente -piensa la enfermera que de lejos mira si necesitan algo los añejos comensales.
- Pensaba en lo de luego.
- Me intrigas, no sé que llevas en cabeza. No estarás pensando en...
- Mujer, soy un caballero, el pasado me avala.
- No me hagas recordar tu pasado, que a tu lado soy una santa.
Pablo ríe mientras la mano, un poco temblorosa ya, busca el vaso de agua.
- Te tiembla la mano, ¿estas bien?
- Si, no me pasa nada.
El silencio de Sol se contiene entre los labios, humedecidos sin saberlo. Él los mira, recuerda.
-¿Estás nervioso?
- Puede ser. Mira, traen el pollo.
- Se han cambiado los papeles, menos mal.
- No te entiendo.
- Que antes era yo la nerviosa, la primera vez.
- No estabas nerviosa.
- Si, sabes que si. No te preocupes, yo haré como tú hiciste, ahora sé como hacerlo.
- ¿Lento?
- Lento.
(continuará)
Algún día en la vida © EarthSea&Fire 2007

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13.12.07

Algún día, en la vida

- Déjame escuchar los latidos de tu corazón: quiero saber si suenan iguales a los míos.
- Mujer, nos van a ver las enfermeras ¿qué dirán?
- Dirán: "mira esos viejos chochos jugando a médicos".

El patio de Sant Rafael gozaba de una calma envidiable. Decía algún residente que gustaba aparentar ser culto, que rebosaba ambiente francés. Sabían Sol -no importa si de Marisol- y Pablo, que no era así, que realmente encajaba más en el estilo inglés de una paisajismo a la vista, libre, en verdad estudiado por cada rincón que encontraron, esos pequeños lugares donde vieron que debían estar juntos, siempre con el camino de vuelta atendiendo a las pistas de las estatuas y el color de los árboles, ninguno de ellos colocado por azar, pero pareciéndolo.
Sant Rafael tiene un faro, delante, el mar. El edificio, que disfruta hasta de ermita: Sol no había sido nunca asidua de la iglesia, ni él, pero la ermita tenía algo especial cuando estaban solos, era como si les casara, aparece como la puerta a dos mundos, idénticos. La paz y lo natural invade el geriátrico al que ambos decidieron ir.
Sant Rafael, blanco, erguido frente al bosque que difumina su natural predominancia dentro del jardín, por detrás el corte de la tierra en una terraza de lo sublime, el mar. Ambos creen que Sant Rafael les llamó por la luz, el faro que hasta de noche hace de ese lugar un único corazón.

- La verdad que aquí tampoco nos pueden ver.
- Tú siempre has sido así de pudoroso, ¿verdad?
- No me gusta que sepan de mi debilidad.
- -¿Sufres del corazón? No me lo puedo creer, por la manera en que aún nadas, nadie lo diría.
- Pon la oreja y escucha.
- Así me gusta, con decisión, que se vea que de carcamal no tienes nada. Cómo me pone tu cuerpo, Pablo.
- No te rías, que se nos caerá la dentadura.
- A ver si puedo escucharte sin el sonotone.
- ¿Sabes Sol? Cuando te acercas tanto sigo rejuveneciendo. Me devuelves la adolescencia.
- Lo sé. Por eso lo hago, a mi me sucede igual.
La brisa de un Empordá torna a salado, como los primeros platos de un buen apetito.

- A cambiado el aire, ahora ya huele más a mar que a pinos.
- Calla, que lates muy calmado para ser un adolescente.
- ¿Qué te dice mi corazón?
- Me cuenta que hace un día "soledado".
- Siempre lo hace, Sol.

Cuando la brisa acaricia es que hay dos que se miran.

- Hazme un favor Sol.
- Dime, estoy aquí para servirte (se sonríe).
- No mueras nunca.

Las campanas de las cinco avisan de la merienda, lo que en el banquete de dos se convierte en la llegada de los dulces, algo escueto pero intenso. Sol y Pablo se besan.

- Mientras tú sigas latiendo así no moriré.
- Así que ahora soy tu verdugo.
- Siempre lo fuiste.
- Pero, si antes no me conocías.
- Razón de más - Sol le guiña el ojo y le vuelve a besar- Venga, bájate la camiseta o pillaras una pulmonía.
- Vamos, que ya estarán saliendo de misa.
- Si, vayamos a la ermita, a casarnos como cada día.
- ¿Cómo se puede casar la gente con tan poca intimidad?
- No sé, dímelo tú. Tú eres quien se casó una vez.
- Pero eran otros tiempos...


Dos sombras marcando el norte en un sol de atardecer caminan en el jardín de Sant Rafael. Nadie sabe quiénes son, sólo ellos saben de aquella promesa años ha, lanzada al viento entre bromas y risas -a veces irónicas, a veces soñadoras- que les haría terminar sus días juntos, en algún hermoso lugar donde volver a sentir sus corazones latiendo al unísono, sus sonrisas igual de raudas al mirar al otro, y su afecto, más fuerte quizás que nunca.

- No te conocía no, como eres hoy no te conocía.
- ¿Y eso? - extrañado Pablo se sorprende - Soy igual que entonces, más arrugado pero soy el mismo. Pero tú no podías conocerme al completo, de ahí que diga que no me conocías.
Triunfal sonríe Sol. Y Pablo ve el sol, efectivamente, cuando ella sonríe.
(continuará)
Algún día en la vida ©EarthSea&Fire 2007

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9.12.07

NUEVE SEMANAS Y MEDIA

Mira que llovió ayer noche y podía haberme dedicado a emular a la rubia, eso sí, en plan sirena morena, que una tiene estilo propio ;)

que me hacen falta mimos y sexo, ternura y sexo, risas (menos histéricas que las de la rubia por favor) y sexo, ilusión y sexo, novedad y sexo ... y hasta las ganas de sexo más que el comer

... pero al Rourke lo conocí hace quince años y no era ni siquiera entonces el del vídeo, yo no soy una rubia explosiva a la que asalten por la calle tíos como el de la peli y si os digo la verdad y nada más que la verdad, ultimamente ganas de tener ganas es lo que tengo.
Asique, sintiéndolo mucho, me temo que mis Nueve semanas y media son el tiempo que llevo sin fumar.

Glauka

PD: Eso sí: ¡no os podéis quejar de cómo os lo cuento!

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7.12.07

Sin contar contigo

No me fallarías nunca porque no contaría contigo. Esa era la idea.
Y mi vida de autosuficiencia continuó sorteando peñascos cada vez más difíciles hasta que un buen día aquello se hizo imposible. Y sólo tú supiste de este caminar mío, desde entonces, entre grandes agujeros que había que saltar, piedras incandescentes que me hacen saltar como alma que lleva el diablo de una a otra, hasta que de pronto una se cae al vacío con mi pie sobre ella y tengo que recuperar mi puesto en la piedra firme a la que una de mis manos logró quedar asida, para, cuando lo he logrado, encontrarme con un desierto helado, yo, que soy tan friolera, y continuar adelante pese al hielo en que se convierten mis lágrimas, las mismas que se derretirán arañándome las mejillas cuando ese sol abrasador que ha decidido matarme de sed, parezca que no va a desaparecer nunca.
Tú eres la única persona que me acompaña a ratos. Tú eres quien me da un vaso de agua en ese desierto, o me acerca una taza de caldito cuando tirito, o el que me ajusta el piolet a la roca cuando cuelgo en el vacío o quien me anima a correr, desde las gradas eso sí, cuando las ascuas ardientes destrozan las plantas de mis pies.
Y el mundo se desmorona, no hay manera de pararlo, vale que yo reconstruyo, recojo los restos y vuelvo a levantar muros, y casas y lo que haga falta levantar, pero me temo que me gana en velocidad, que estos días con mantenerme en pie tengo bastante. Y tú sigues estando, exactamente igual.

Es decir: de manera insuficiente.

Y yo sé que no cuento contigo, asique sigues sin fallarme.

Y necesito no contar contigo para sobrevivir, bien lo sabes. Bien lo sé.
Y evitas que cuente contigo, la sombra que puedo proyectar aun telepáticamente en tu vida es demasiado oscura, y sabes que no es lo que quiero.

Pero,
cuando no estás, duele. Y con eso no contaba ni quiero contar.
Y sé que no quieres que duela. Y si no apareces con el caldo o el vaso de agua o no me ajustas el piolet, me sorprendo muy mucho a mí misma echándote a faltar.
Y entonces añado otro problema más en mi camino, uno que no puedo solventar ni sé como bordear sin herirme más. Es posible que me aleje, que me calle para no planear ni en forma de sombra en tu vida, y es posible que tú hagas lo mismo: te alejes para respirar un aire que no huela a mí, para que tu camino no se llene de piedrecitas.
Entonces el camino se hará más duro. Pero no te necesitaré, tal y como siempre sostuve, tal y como siempre sostuvimos. Así no me herirás: conciencias tranquilas pues. Podré decir con total seguridad nuevamente aquello de "No me fallarás nunca porque no cuento contigo".

(Lo fácil sería dejarse llevar, necesitarte y padecer esa necesidad, sin más)
Sin contar contigo © Glauka 2007

3.12.07

Casualidad impertinente

No seria reseñable el tropiezo en el stand de la feria por la que paseaba junto a su esposa, con aquella mujer que también paseaba con dos amigos de no ser porque, viviendo como vivían a mil kilometros uno del otro, sólo se habían visto las caras mediante unas fotografias que la amiga que tenían en común, había mostrado a cada uno de ellos del otro.

La mejor amiga de aquella mujer era el foco de esa infidelidad infecciosa que le duraba ya año y medio, de palabra, pensamiento y omisión. Incluso de "obra" -duele recordarlo hoy más que nunca-, en una única ocasión.

Casualidad impertinente © Glauka 2007

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