Con los ojos cerrados bajo la lluvia de la ducha me parece oír la puerta abrirse. Ni me muevo, los dardos del agua caliente golpeteando mis cervicales son un placer que no estoy dispuesta a abandonar, por una duda. Sentir el agua clavarse en mi cabeza es la sensación que necesitaba y ahora puedo disfrutar de ella, embriagarme del calor que templa mis nervios, que me inunda de placentera paz, así que ahí sigo, dejando que el aire tome cuerpo de vaho para terminar vistiendo de blanco el cristal de la mampara.
El guante de crin ha enrojecido mi piel. Aún hay restos de jabón entre los cuales asoma el sonrosado que saqué a base de restregones con el guante. No sé si utilizar el cepillo, hace mucho, muchísimo que no lo utilizo, lleva tiempo … ni lo pienso, introduzco mi mano izquierda por la cinta que lo acoplará a ella y a dibujar círculos en mis nalgas, caderas y vientre se ha dicho.
Y el agua, ardiendo, sigue cayendo en mi cabeza con fuerza, para luego deslizarse suavemente desde allí por mi nuca, juguetear con mis hombros (esas cervicales, cómo agradecen sus caricias), dejarse caer espalda abajo, sortear mi mano y el cepillo a duras penas en mis nalgas y, una vez alcanzado su final, caer ruidosamente al fondo de la bañera o seguir piernas abajo hasta llegar al mismo lugar.
Pero algunos chorros de agua, que son más caprichosos, optan por el camino más difícil, deciden ir garganta abajo, surcando también mi pecho. Igual tengo yo algo que ver en esto, porque, pese a la concentración que me tiene sumida en ese restregar del cepillo que a estas alturas ya no duele, bamboleo el cuerpo cambiándole el rumbo al agua de forma indiscriminada.
Una gota errada pretende meterse en mis ojos y le cambio el rumbo con delicadeza. Y, con la misma delicadeza, la mano sigue el contorno de la cara, desciende junto al agua, muriendo el movimiento cuando la siento sobre un pezón.
No termino de decidirme, la verdad es esa. Sigo duchándome, que me encanta sentir el agua deslizarse sobre mí, y a ratos, rozo los pezones, pero como sin ganas. Tras soltar el cepillo y girarme para aclararme el pelo fuertemente a dos manos, descienden ambas y me acarician delicadísimamente, sólo con la yema de los dedos, sin tener muy claro, me temo, si quieren despertarme o no quieren despertarme.
- Mi vida por que estés haciendo lo que imagino que estás haciendo.
Clavada en el sitio me dejan tus palabras. Abro los ojos al tiempo para comprobar que sigo resguardada tras la mampara blanca en la que el agua decidió ocultarme.
- ¿Qué dices Pablo? -el intento de asomarme tras la mampara que acompaña a estas palabras mías te obliga a interrumpirme:
- Sigue, no me mires, como si no estuviera.
- Pero ¿de qué hablas? -aparto mi cabeza del final de la mampara desde donde podría verte, siguiéndote, sin querer creer lo que empiezo a presentir.
- ¿No lo sabes? Creí que estarías acariciándote los pechos, endureciendo tus pezones sólo con la punta de los dedos.
Silencio.
- Y me he vuelto loco imaginándote así. ¿Quieres saber más?
El agua taconea a través de un amplificador ahora, y mis manos se han instalado solas sobre mis pechos, quizás porque algo en mi vientre cobra vida y les ordena situarse allí.
- Tal vez …
- He visto tu mano izquierda acoger en su palma el pecho derecho, y tu mano derecha acoger el pecho izquierdo, como cuando te cruzas de brazos, pero volteando las palmas.
Y lo hacen.
Descubro que los pulgares quedan a la altura de los pezones, que sólo efectuando un mínimo movimiento ascendente y luego descendente, como acariciando, sin más, insuflan más vida a lo que quiera que sea que ha cobrado vida en mi vientre.
- A veces te imagino así hasta vestida, no te lo había dicho, pero a veces, cuando cruzas los brazos, pienso en que se te escapen los pulgares, niña, y te excites casi sin darte cuenta. Porque lo estás haciendo ¿verdad?. Tus pulgares se han movido, lo sé, tienen que haberse movido porque los he visto moverse, y he sentido que se te apretaban los muslos.
Y sí, es verdad. Una y otra vez, lentamente, han ido endureciendo mis pezones contra los que mis pulgares han descubierto que les gusta tropezar una y otra vez, cerrándome los ojos que intento abrir, porque quiero verme, quiero ver mis pechos acunados dulcemente entre unas manos que los castigan a base de caricias tiernas, quiero ver como el agua de la ducha resbala por mis manos y mis pechos cuando muevo mi cuello cambiando el rumbo de los chorros que me martillean. Y sí, se ladean mis muslos uno contra el otro, es verdad.
- ¿Oyes tu respiración? ¿Está acelerada ya? ... - atrapada en unos segundos silenciosos sin saber qué decir, casi dejo de respirar- ... eso es que sí. Sigue, yo te oigo aquí dentro, aunque no digas nada, sé que cierras los ojos pero no dejas de acariciarte y de apretar los muslos, y de contenerte. Ahora estás pasando los dedos como arañando, todos los dedos de cada mano, sobre tus pezones, sí, haciendo círculos que cambian la sensación ¿verdad? Aumenta el placer, Glauka, ya lo sé, tus caderas se mueven solas.
Abro los ojos bruscamente. El cristal sigue empañado, no puedes verme, es imposible, y sin embargo, es verdad, mis caderas se contonean buscando una presión que no encuentran entre mis piernas, y sí, mis dedos iban dibujando los círculos que tú anunciaste sobre mis aureolas inflamando aún más a ese o eso que se revolvía ya despiadadamente en mi vientre.
- Yo creo que sabes que el agua te puede ayudar. Si coges la ducha y la sitúas entre tus piernas yo creo que te sentirás mejor y lo sabes.
- Pero … -anonadada balbuceo.
- Sí, con la fuerza con la que estás apretando los muslos no se caerá, ya lo verás.
Dudo. Me verás, entonces me verás y tendrás la certeza de que estoy haciendo lo que imaginas que hago. SI cojo la ducha mis manos se verán por encima de la mampara, las verás claras, sin el refugio blanco que esconde mi cuerpo, verás como desencajan la ducha de la pared y la llevan tras el velo que me cubre.
Las ves.
- ¿A qué está mejor? Esos golpeteos de fuego entre tus piernas que te incitan a apretar aún más los muslos … es imposible que se te caiga, tranquila, puedes volver a acunar tus pechos, de hecho lo estás haciendo, te veo hacerlo sirena.
Nada has dicho de lo complicado que ha sido colocar la regadera de la ducha sin que se cayera, pero me he sentido un poco ridícula durante esos segundos no más, en que trataba de encajarla entre mis piernas y, tercamente, se empeñaba en moverse amenazando con caer estrepitosamente al suelo, clavando los ojos en la pared blanca que me guarecía de tus ojos avergonzada, comprobando que ahí seguía ocultándome en semejante posición de tu vista, hasta dudando si seguir con esto o no seguir con esto.
Pero sigo. La fuerza del agua entre mis piernas me enciende de forma fulminante desde mi vientre hasta mi cabeza, calienta mis mejillas, ruborizándolas, y cubre de una espesa capa de humo volcánico mis ojos. Te escucho contarme que el deseo me invade, que sabes que la ducha caliente me está quemando, que mis caderas cimbrean sin dejar de apretar los muslos, que mis dedos empiezan a torturar mis pezones de forma más agresiva, más rápida, más constante. Pero te escucho un poco de lejos, para serte sincera, que estoy demasiado ocupada buscando la salida a esta desesperante situación, intentando recordar cómo son tus dedos cuando castigan mis pezones para sentirte aquí, conmigo, intentando que no se lleve la ducha al suelo de la bañera esta excitación que me arrasa de forma estruendosa, dejando esa fuerza que comenzó en mi vientre me tome por asalto y decida por mí … callas.
Eché mi cuerpo hacia delante, acercándome a la mampara que me refugia, y, sin soltarme, sin cambiar un ápice mi postura, los pulgares que me torturaban pasaron a torturarte a ti: se llevaron con ellos el trocito de velo blanco que cubría la mampara a la altura de un pecho, sólo uno, para que dejaras de imaginar. Y claro, callaste.
Acaricié de nuevo con lentitud, sacrifiqué las ganas que me ahogaban, contuve al monstruo que me arañaba por dentro, no sin dificultad, para que dejaras de imaginar.
- Glauka -rompiste a susurrar.
Y el otro pulgar no iba a ser menos.
Con el único sonido del agua sorda, enmudecida a duras penas entre mis piernas, los pulgares repitieron para tus ojos todo lo que habías ido imaginando, con calma, con un sosiego que no tenía, pasaban sobre unos pezones erectos, iban acelerando el ritmo, rozándolos con las uñas, para arañarlos después los dedos todos, acompañado de mil movimientos que sólo podías adivinar, esos sí, de mis caderas enloquecidas a estas alturas, luchando con urgencia por una explosión que no terminaba de llegar.
- Sé que es difícil ahora -dices rompiendo el caldeando silencio- pero te veo con la ducha entre tus manos, no entre tus piernas.
(No puede ser. No puedes pedirme eso ahora)
- ¿Vendrás? -Debes estar sonriendo.
- No, pero tú tienes la ducha entre tus manos, no lo niegues.
(Pues no, no la tengo. Y no me apetece tenerla entre las manos lo más mínimo, ahora no. Si tú no vienes, la ducha se queda ahí hasta que termine lo que tú has empezado, que me estoy derritiendo, que has alimentado al ser de mi vientre y ha crecido tanto que necesito estallar)
- Pero ... ¿vendrás tú?- insisto.
- Hazme caso, si supieras lo que estoy viendo yo, me harías caso. Además de mis pechos, porque son míos Glauka, son míos, y además de verlos como los estoy viendo … sigue, no pares ahora, me gusta verlos así, acariciados por unos dedos que no son los míos, te los presto, te dejo mis pechos, los que me gusta acariciar y lamer y chupetear hasta la extenuación -había frenado ante la posibilidad de un fin que no era el que yo deseaba-. He visto esa mirada tuya de “se me ha ocurrido una cosa” y esta vez sí, esta vez he adivinado lo que ibas a hacer.
- ¿Y qué iba a hacer?
- Ducha de hidromasaje Glauka ¿recuerdas?
Recordé, sí. Se incendió la idea de golpe, como si no hubiera más posibilidades. Entonces sí, mis manos se hicieron con la ducha arrancándola de entre mis piernas, ajustaron el chorro, buscaron expertas el que se ciñera más a la necesidad imperiosa de estallar, ese que sale por el centro abruptamente, tosco, mas prieto, con más fuerza, y una pequeña lluvia alrededor, ése, y gozando ya mientras lo colocaba de nuevo entre mis piernas, arrimé más mi cuerpo al cristal opacado por el agua. Recogí mis pechos de nuevo, acercándolos otra vez al espacio que los ponía al alcance de tus ojos para que vieras, no sólo imaginaras, y me regodeé en las caricias sobre ellos, en el aumento de los roces y de la presión llegando al pellizco, dejándote escuchar los gemidos con que, nuestra bestia particular, aderezaba todos mis movimientos sobre ellos, sabiendo que desquiciabas por instantes.
Sin dejar perderse ni uno sólo de los temblores que el chorro infringía hasta en mis párpados, restregando los muslos entre sí por miedo a que las vibraciones incontroladas que me asolaban incesantemente pusieran un fin que no era el previsto, que no era el que imaginabas, que no era, ni mucho menos, el que me trastornaba hasta la ofuscación. Alentando a inflarse el globo de fuego dentro de mí, aún más, dejando que la bestia que se desbordaba por todos los poros de mi piel señoreara en mi cuerpo, esperando, con total ansiedad ciega, el momento en que saltara en mil pedazos, reventándome ¡por fin!, en espasmódicos movimientos y latigazos convulsionados, esos que tú imaginaste solamente.
Duchándote los deseos © Glauka 2006
Etiquetas: A CAMBIO DE LA INMORTALIDAD SIRENAICA