Un collar de cuentas, me pediste, sólo un collar de cuentas.

Y cuando un halo de mi perfume te visita por encima de los hombros, sin verme tan siquiera, te preguntas qué haces ahora sin tenerme sentada sobre ti. Te rozan las cuentas del collar con un calmado roce, de esos que te gustan porque te encienden lentamente. En cierta manera te relajas, porque esa calma es la que tú reconoces como predecesora de la tormenta de sensaciones, es la calma que te ocupa tras la tensión de las ganas durante el tiempo en el que has deseado entrar más que por unos ojos. Son sólo unas cuentas de collar las que te rozan la espalda desnuda al tiempo que el olor a jazmín te embriaga, mientras permaneces sintiéndome tras de ti, tan sólo. Y están siempre ahí las cuentas colgando, mientras te beso el cuello ellas siguen ahí, se desparraman ahora por tu pecho al buscar con mi boca tu barbilla, llegan a rozarte más abajo del vientre, y es entonces cuando descubres que es un largo collar negro, un muy largo collar, negro azabache.
Te despierta el olor, el mío, no el perfume, mi olor, ese que desprendo cuando te deseo y que ahora mismo reconoces con más fuerza que los jazmines de mi perfume. No sé si se queda enganchado el collar entre tus piernas enroscándose y haciéndose un enredo, o si eres tú quien se engancha al collar … acudo a tu frente y por fin me siento sobre tus muslos, como deseaste segundos eternos, besándote con la mirada. Desenrosco con lentitud el collar para pasártelo por el cuello y así, atarme a ti también físicamente. Suben y bajan las cuentas solas sobre tu cuello, obedeciendo al leve movimiento de mi boca sobre la tuya, a mis ojos que escudriñan los tuyos, atando todos los sentidos desatados con este simple collar de cuentas que nos hace prisioneros a ambos, sin poder huir de aquello para lo que cada una de las cuentas de este collar nos quiere unidos, casi forzados a hacer lo que él quiera, pero queriendo hacerlo.
Un chasquido afloja nuestras tensiones rompiendo el nudo que nos une, se ha abierto convirtiéndose en una larga soga de cuentas, de cuentas de negro azabache, a juego con esas medias que alejan su tacto de tus muslos, que me levantan dejándote sólo mi espacio vacío de recuerdo grabado en ellos. Crees que te azotaré con él durante la milésima de segundo que tardas en sentir su roce en tu miembro, y durante esa milésima de segundo en que esperabas el azote te ha dolido más brutalmente que si realmente te hubiera azotado, quizás, sólo quizás, porque deseabas más el azote de las cuentas que la sorpresa de su tacto a tu alrededor. Sólo un par de vueltas cercan tu miembro, sólo un par de vueltas he conseguido fijar ahí y son sólo un par de vueltas las que te provocan este suplicio, con sus diferentes tamaños, unas más grandes, otras más pequeñas, cada una con un roce propio, diferente, que se reinventa además gracias a la tensión que le infrinjo con mis manos al tirar de esta soga negra desde toda la distancia que me permite su longitud, distancia necesaria para contemplarte así, sujeto a mí por un inmenso deseo que crece y se regurgita a merced del movimiento que mis manos les brindan a una simples cuentas negras.
“Esta chiquilla, siempre habrá tenido estas ideas o se le ocurre sacarlas ahora conmigo”, te preguntas antes de verme como un demonio que te aprieta, se acerca y afloja tu presión, vuelve a acercarse quemándote a base de cada vez más prietos tirones (¡¡¡¡ aaauuug!!!!) Te oprimen (eres un demonio), me acerco un poco, regalándote las cuentas así un pequeño respiro al aflojarse. Vuelvo a acercarme atrayendo mis cuentas a mí cuerpo, y a ti con ellas … pasa mi pierna izquierda frente a ti, en alto, ves la media negra a medio muslo, miras la media y cierras los ojos porque crees que no te harán falta -te harán falta creéme- tirando las cuentas de tu sexo al mismo tiempo que mi voz te recrimina esa huída a la oscuridad, embriagado por ese olor en celo mío que te abrasa.
Te ofrezco mi espalda: con ese hilo de cuentas sujeto tu verga gracias a ese nudo que te ahoga y te da la vida al mismo tiempo cada vez que mi mano izquierda, esa que no ves porque está junto a mi pubis, decide moverse, y, viendo que pasan esas cuentas de diferentes tamaños entre mis piernas, ahora eres tú el que tira con ligeros movimientos de pelvis, con pequeños giros de cadera diriges tú la negra cadena de cuentas entre mis labios. Luchamos ambos entonces, mientras yo tiro de un extremo, tú haces lo mismo con tu cadera, hasta crees ganar porque mi mano acepta el ritmo que tu miembro está marcando para que las cuentas, esas tan distintas en tamaño y grosor, tropiecen como tú quieres que tropiecen entre mis labios. (¿Es esto lo que quieres que haga? ¿Quieres que sea yo quien te robe el otro extremo porque ya no sabes lo que quieres, ya no sabes cómo seguir, porque quieres cubrir tu pudor con mi insolencia?) Puede, piensas que te contesto, sabes que estamos conteniéndonos, que ninguno de los dos quiere que el otro vea que siente como brutal fuego a cada una de esas bolas rozándonos, alternando, primero a ti, y luego a mí (eres tú que despiertas lo que sabía y me haces imaginar cómo es lo que aún no sé, y te escucho y te huelo y te siento).
Estás ahí con esa cuentas ciñéndote, casi atacándote, volviéndote loco (ahora viene ese "y te deseo"), por eso reúnes un puñado de cuentas en la palma de tu mano -normal que me desees- y las restriegas contra mi para que sienta lo que esas pequeñas diferencias de tamaño y grosor me hacen sentir en tu imaginación, para que sienta como ruedan haciendo círculos sobre mis labios perturbados, maltratados, cómo intentan entrar en mi lo justo, mojándose de mi todas las cuentas, esas cuentas que luego vuelvo a enroscar alrededor de tu sexo bañándolo con mi brillo, con mi aroma, con mi sabor … (¿me usarás forrado de cuentas?) y contarme esa idea en tu pensamiento inyecta vida en tu pene como un golpe de calor, bruscamente, y aflojo, y aprieto, a ese ritmo que tú estás marcando (así me gusta, que atiendas a mis necesidades de ritmo), consiguiendo controlar la intensidad de esos azotes de calor que te infringes tú mismo gracias a mis movimientos.
De forma pausada, al ritmo de tus roces, has ido reuniendo todas las cuentas, o casi todas, en la palma de tu mano, acercándome a ti claro, ya alcanzas mi cadera con una de tus manos y la estrujas para no perderme; cada vez me acercas un poco más, cuenta a cuenta, te cuesta pero te excita ese lentísimo acercamiento que consigues, porque yo me resisto, pero vas acercándome y te hace fuerte ese vencer mi resistencia forzada, porque es forzada, sí, y lo sabes, porque eso te estimula hasta reunir el valor necesario para decirme, claro y conciso, sin tapujos, “Quiero mirar entre tus piernas”, al tiempo que impides que me siente sobre ti cuando lo intento.
Eres tú quien está sentado en esa silla, con esas vueltas oprimiéndote el pensamiento, porque ahí tienes ahora todo el pensamiento, con mis caderas a tu frente, oliéndome en el aire ya de tan cerca que me tienes, quizás porque el pensamiento sueña otra manera de hacerme el amor con las cuentas (o follarte ... seguramente será follarte, que es lo que hago cuando me conmociona esa dura ternura mía reventándome las sienes), decides agacharte, yo quiero acercarme a ti, tocarte, sentir tu piel, tus piernas, pero no me dejas, te agachas impidiéndome a mi hacerlo, manteniéndome las piernas abiertas (tremendo eso) y pasas las cuentas una y otra vez mirando lo que sucede entre mis piernas, insistente en tu obsesión, viéndolas humedecerse, escuchando cómo chocan entre sí y como resbalan sobre mis pliegues. Soplas suave y escuchando mi agrado, frío pero caliente, vas introduciendo cuentas dentro, poco a poco. Mientras las metes dentro de mí, sin prisas, pasan de adelante atrás, y te deleitas con cada introducción, primero esa pequeña, luego otra más grande, y yo espero ansiosa sentir la siguiente, pero eres tú quien no aguanta (tengo que lamerte) y se escapa algún beso por donde las cuentas no entran, bajando con esos besos hacia mi entrada de cuentas para enterrarlas con la lengua, para sentirlas rozar tu lengua dentro de mí.
Pero no las has metido todas porque son muchas, quedan aún la mitad colgando cuando tu lengua acaricia toda la vulva tropezando con ese hilo que aún espera (intento meter el otro extremo por ese otro orificio, obsesión y fetiche), y te levantas, tienes que levantarte tras esa tremenda caricia con la lengua que casi me dobla las piernas, es por eso que te levantas sujetándome, porque ves que me voy a ir al suelo y no quieres eso. Ases el medio collar que ha quedado fuera de mí, amenazando con un tirón que me martiriza, no lo dices, pero lo piensas, lo sé, ya sabes que escucho tus pensamientos, y caminas de espaldas, hacia atrás, disfrutando de esos labios míos golpeteados minúsculamente al salir algunas cuentas. Yo te sigo porque no quiero que se salgan, tengo que seguirte con cuidado, la frotación es peligrosísima, se me escapan algunos movimientos delatores y sigues retrasándote con tus pasos lentamente, mirándome seguirte porque te encanta esta entrega animal, este simular mío de humillación que hace del amo que no existe el vasallo anhelante.
...... (mañana, más)
© Glauka 2006 Un collar de cuentas
Etiquetas: A CAMBIO DE LA INMORTALIDAD SIRENAICA