Regalo de cumpleaños a una Sirena.
"Pues sí, te regalo la sensación de sumergirse sin ser pez, soñando ser sirena.
Ya sabes, cuando el sol caldea la piel postrada en sacrificio para obtener el buen moreno que transmite salud y energía. Son esos días de playa distendidos, en los que el sol hace olvidar y amansa las tensiones, en los que más a flor de piel surge la necesidad de sentir al otro. Es el conocido efecto de la posterior ducha y el frescor de la crema hidratante que pasea el cuerpo desnudo por las habitaciones en penumbra, el que da la paz mental y la apetencia corporal. Cómo en un sueño, en esos días y sus momentos cercanos a la siesta, todo lo que nos envuelve se convierte en erótico. La brisa que cruza la estancia nos acaricia, los tamizados rayos de sol dan la luz justa, aquella entre la que aparecen las deseadas sombras, el tacto de la sábana invita a la compañía, toda la cama se convierte en playa y los sueños en su mar.
Sobre ese lecho tardío surge el íntimo perfume desinhibido, el que traen las caracolas, el sonido de los acantilados bajo el agua y las nubes de peces en danza. Sobre ese lecho en el que yaces desnuda y fresca toma aire e imagina lo que los segundos sin respiración traerán.
Toma aire y guárdalo en tus pulmones porque lo vas a necesitar, porque en breve desearás ser la sirena que sueñas ser. Será por el imán de las profundidades que atrae al cuerpo cómo si fuese luna, será esa la razón de que los músculos generen el impulso inicial que nos dobla buscando la vertical. Algo hay en ese mundo de agua que genera las patadas en la cola, alejándonos de un mundo terrenal cuyo oxígeno necesario nos hace esclavos.
Presión sobre la piel, cada vez más evidente, cómo si miles de manos buscasen atraparte. Se tapan los oídos y el aire de los conductos necesita descomprimirse. Un innato ejercicio, el mismo que se hace en el avión, ayuda a adaptarse en cada tramo del descenso. No hay regla escrita, pero la experiencia demuestra que a cada nuevo taponamiento has descendido dos metros.
Dos,
Cuatro,
Seis,
Ocho...
...y antes de alcanzar el fondo la figura humana se convierte en sirena. Las manos buscan el frente, el timón rectifica y el cuerpo planea a escasos centímetros de la arena. Es la transparente presencia del todo que te rodea, la que hay sobre ti y te mantiene, casi sin esfuerzo, con el vientre rozando la piel de este fondo de ensueño. Libre de ataduras, rodeada de sensaciones imposibles de conseguir al unísono en otro lugar, de omnipotentes caricias que abarcan la totalidad de los receptores en tu piel, nadas sumergida en este mar, descubriendo sonidos amortiguados, chispeantes destellos de los granos de arena, rumores ensordecidos de un mar que contra las rocas llega.
La pradera de arena, clara, espejo de luz de un sol de otro mundo, te da la bienvenida y te acompaña con la sombra dinámica que tus brazos y piernas pintan, la misma sombra que te hace saber que no es sueño sino otra existencia en un mundo paralelo, anhelado quizá, repleto de una tranquilidad ajena que envidias en tu otra vida. A pesar de la suavidad de los movimientos, de la paz que este cuerpo tuyo experimenta al sentirse parte absorbida en un espacio tan poco humano y a la vez el más próximo al deseo humano, a pesar de que te sientes sirena, percibes que la carne lucha por devolverte a tu hábitat. El oxígeno se consume en las venas y el pecho llama al auxilio. Pero el mar puede más y vence la voluntad de escapar. Es el mar, su paisaje de eterna humedad y casi espacial, el que atrapa al humano en un cuerpo de sirena/o. Es la llamada de sus formas rocosas, de sus algas, corales, erizos de negras y brillantes puntas, de sus estrellas en ralentí y sus peces mansos y capaces del hiperespacio, es el cromatismo de un fondo marino pleno de armonía el que incita a recorrer sus valles y cimas.
Una brazada más, suave, precisa, acompañada por la sombra de unas piernas que en el agua son cola de sirena, te lleva hasta la incógnita hendidura de unos verdes terciopelos. El mar, la sirena, ambos en relación, en un preludio que busca dejar exhausto. Es la sirena la amante del mar, la que perfila los montes poblados del onírico espacio, la que goza con su paso manso, acariciando, dejándose sentir con su baile de complacencia, la que desea que el todo agua la haga suya. Es la tentación del profundo bienestar el que alarga la agonía pulmonar, la razón de que los miembros empiecen a licuarse en este encuentro que nunca hallará el orgasmo, porque buscarlo en el mar significa quedarse.
Irremediable, imposible relación si se busca desenlace en este hostil hábitat que nos atrapa. Es la vida a la que pertenecemos la que nos llama, la que indica que el mar no es nuestro lugar. Un amor imposible, platónico quizá, pero intenso y peligroso de entrega.
Tus pulmones no pueden más, la nuez retenida intenta abrir la boca para dejar entrar el aire, pero la mente, la conciencia de la supervivencia nos supera y supera límites impensados. Unas brazadas más, las últimas, las que permitan flotar sobre este valle y hacer piruetas, volteando sin conocer la gravedad, girando la espalda contra la arena para ver la luz. La luz, la llamada del sol que impera el mundo al que perteneces, es la luz del sol la que filtra sombras humanas en un cielo marino. Destellos confusos en la cima del agua, son las ondulaciones que provoca el límite entre dos mundos, sus distintas frecuencias interactuando. Destellos y sombras de otros/as que flotan sobre ti, a lo lejos, y alguna que otra presencia que intenta tu peripecia sin éxito. Es tu mutante naturaleza la que ellos envidian, la que no comprenden y desean por igualar al humano sin entender que lo que tú haces es más universal que humano. No se trata de un reto sino de la mezcla, de volver al lugar que uno siente pertenecer.
Hermoso y difícil es vivir en dos mundos, sufriendo uno, soñando estar en el otro.
Así es el mar, cómo un refugio.
Quizá un refugio de amante que siempre está y nunca logras alcanzar en su inmensidad. Un amante furtivo, con otro lenguaje, sin carne ni terrenales estímulos, donde no hay preguntas ni respuestas, donde sólo se está en esa lejanía de todo, en compañía. Así, aceptando que no se puede ser sirena eternamente, recuperando la posición terrenal, subes en vertical con la cara enfrentada a la verdad. Subes y subes a velocidad de vértigo, porque el mar te quiere libre y te impulsa a ello. El primer instante rompe en la cara con el aire. Los exhaustos pulmones expulsan el viciado contenido y la nueva bocanada de oxígeno nos hace comprender que no hay un único lugar. Está en nosotros el poder ser vida, el comprender que no sólo en un mundo se vive. Orgasmo más allá de lo sexual, sí, eso es, respirar de nuevo revitaliza, tanto cómo aislarse siendo pez.
Y te tumbas en esas aguas destellantes para el que ahora se halla debajo, te tumbas entre dos mundos que amas, entre los cuales eres sirena para poder ser con cada parte en esta dicotomía humana, en definitiva para sentir que eres vida.
Así despiertas de la siesta, sobre tu cama, donde el techo es cielo y la sábana agua, continuando siendo sirena porque es esa mezclada naturaleza la que te llama, sintiéndote mujer que ama incluso sin amante, incapaz de separar lo inseparable de la vida.
---------------------------------------------------------------------------------------------- Para tí, que te sientes Sirena. "
Pol Ten Bock